Descenso de Cristo al Infierno (Descensus Christi ad Inferos)Nuevas y sensacionales declaracionesde José de Arimatea
XVII 1. Y José, levantándose, dijo a Anás y a Caifás: Razón tenéis para admiraros, al
saber que Jesús ha sido visto resucitado y ascendiendo al empíreo. Pero aún os
sorprenderéis más de que no sólo haya resucitado, sino de que haya sacado del
sepulcro a muchos otros muertos, a quienes gran número de personas han visto en
Jerusalén.
2. Y escuchadme ahora, porque todos sabemos que aquel bienaventurado Gran
Sacerdote, que se llamó Simeón, recibió en sus manos, en el templo, a Jesús niño. Y
Simeón tuvo dos hijos, hermanos de padre y de madre, y todos hemos presenciado su
fallecimiento y asistido a su entierro. Pues id a ver sus tumbas, y las hallaréis abiertas,
porque los hijos de Simeón se hallan en la villa de Arimatea, viviendo en oración. A
veces se oyen sus gritos, mas no hablan a nadie, y permanecen silenciosos como
muertos. Vayamos hacia ellos, y tratémoslos con la mayor amabilidad. Y, si con suave
insistencia los interrogamos, quizá nos hablen del misterio de la resurrección de Jesús.
3. A cuyas palabras todos se regocijaron, y Anás, Caifás, Nicodemo, José y Gamaliel,
yendo a los sepulcros, no encontraron a los muertos, pero, yendo a Arimatea, los
encontraron arrodillados allí.
4. Y los abrazaron con sumo respeto y en el temor de Dios, y los condujeron a la
Sinagoga de Jerusalén.
5. Y, no bien las puertas se cerraron, tomaron el libro santo, lo pusieron en sus manos,
y los conjuraron por el Dios Adonaí, Señor de Israel, que ha hablado por la Ley y por
los profetas, diciendo: Si sabéis quién es el que os ha resucitado de entre los muertos,
decidnos cómo habéis sido resucitados.
6. Al oír esta adjuración, Carino y Leucio sintieron estremecerse sus cuerpos, y,
temblorosos y emocionados, gimieron desde el fondo de su corazon.
7. Y, mirando al cielo, hicieron con su dedo la señal de la cruz sobre su lengua.
8. Y, en seguida, hablaron, diciendo: Dadnos resmas de papel, a fin de que escribamos
lo que hemos visto y oído.
9. Y, habiéndoselas dado, se sentaron, y cada uno de ellos escribió lo que sigue.
Carino y Leucio comienzan su relato
XVIII 1. Jesucristo, Señor Dios, vida y resurrección de muertos, permítenos enunciar
los misterios por la muerte de tu cruz, puesto que hemos sido conjurados por ti.
2. Tú has ordenado no referir a nadie los secretos de tu majestad divina, tales como los
has manifestado en los infiernos.
3. Cuando estábamos con nuestros padres, colocados en el fondo de las tinieblas, un
brillo real nos iluminó de súbito, y nos vimos envueltos por un resplandor dorado
como el del sol.
4. Y, al contemplar esto, Adán, el padre de todo el género humano, estalló de gozo, así
como todos los patriarcas y todos los profetas, los cuales clamaron a una: Esta luz es el
autor mismo de la luz, que nos ha prometido transmitirnos una luz que no tendrá ni
desmayos ni término.
Isaías con/irma uno de sus vaticinios
XIX 1. Y el profeta Isaías exclamó: Es la luz del Padre, el Hijo de Dios, como yo
predije, estando en tierras de vivos: en la tierra de Zabulón y en la tierra de Nephtalim.
Más allá del Jordán, el pueblo que estaba sentado en las tinieblas, vería una gran luz, y
esta luz brillaría sobre los que estaban en la región de la muerte. Y ahora ha llegado, y
ha brillado para nosotros, que en la muerte estábamos.
2. Y, como sintiésemos inmenso júbilo ante la luz que nos había esclarecido, Simeón,
nuestro padre, se aproximó a nosotros, y, lleno de alegría, dijo a todos: Glorificad al
Señor Jesucristo, que es el Hijo de Dios, porque yo lo tuve recién nacido en mis manos
en el templo e, inspirado por el Espíritu Santo, lo glorifiqué y dije: Mis ojos han visto
ahora la salud que has preparado en presencia de todos los pueblos, la luz para la
revelación de las naciones, y la gloria de tu pueblo de Israel.
3. Al oír tales cosas, toda la multitud de los santos se alborozó en gran manera.
4. Y, en seguida, sobrevino un hombre, que parecía un ermitaño. Y, como todos le
preguntasen quién era, respondió: Soy Juan, el oráculo y el profeta del Altísimo, el que
precedió a su advenimiento al mundo, a fin de preparar sus caminos, y de dar la
ciencia de la salvación a su pueblo para la remisión de los pecados. Y, viéndolo llegar
hacia mí, me sentí poseído por el Espíritu Santo, y le dije: He aquí el Cordero de Dios,
que quita los pecados del mundo. Y lo bauticé en el río del Jordán, y vi al Espíritu
Santo descender sobre él bajo la figura de una paloma. Y oí una voz de los cielos, que
decía: Éste es mi Hijo amado, en quien tengo todas mis complacencias, y a quien
debéis escuchar. Y ahora, después de haber precedido a su advenimiento, he
descendido hasta vosotros, para anunciaros que, dentro de poco, el mismo Hijo de
Dios, levantándose de lo alto, vendrá a visitarnos, a nosotros, que estamos sentados en
las tinieblas y en las sombras de la muerte.
La profecía hecha por el arcángel Miguel a Seth
XX 1. Y, cuando el padre Adán, el primer formado, oyó lo que Juan dijo de haber
sido Jesús bautizado en el Jordán, exclamó, hablando a su hijo Seth: Cuenta a tus
hijos, los patriarcas y los profetas, todo lo que oíste del arcángel Miguel, cuando,
estando yo enfermo, te envié a las puertas del Paraíso, para que el Señor permitiese
que su ángel diera aceite del árbol de la misericordia, que ungiese mi cuerpo.
2. Entonces Seth, aproximándose a los patriarcas y a los profetas, expuso: Me hallaba
yo, Seth, en oración delante del Señor, a las puertas del Paraíso, y he aquí que Miguel,
el numen de Dios, me apareció, y me dijo: He sido enviado a ti por el Señor, y presido
sobre el cuerpo humano. Y te declaro, Seth, que es inútil pidas y ruegues con lágrimas
el aceite del árbol de la misericordia, para ungir a tu padre Adán, y para que cesen los
sufrimientos de su cuerpo. Porque de ningún modo podrás recibir ese aceite hasta los
días postrimeros, cuando se hayan cumplido cinco mil años. Entonces, el Hijo de Dios,
lleno de amor, vendrá a la tierra, y resucitará el cuerpo de Adán, y al mismo tiempo
resucitará los cuerpos de los muertos. Y, a su venida, será bautizado en el Jordán, y,
una vez haya salido del agua, ungirá con el aceite de su misericordia a todos los que
crean en él, y el aceite de su misericordia será para los que deban nacer del agua y del
Espíritu Santo para la vida eterna. Entonces Jesucristo, el Hijo de Dios, lleno de amor,
y descendido a la tierra, introducirá a tu padre Adán en el Paraíso y lo pondrá junto al
árbol de la misericordia.
3. Y, al oír lo que decía Seth, todos los patriarcas y todos los profetas se henchieron de
dicha.
Discusión entre Satanás y la Furia en los infiernos
XXI 1. Y, mientras todos los padres antiguos se regocijaban, he aquí que Satanás,
príncipe y jefe de la muerte, dijo a la Furia: prepárate a recibir a Jesús, que se
vanagloria de ser el Cristo y el Hijo de Dios, y que es un hombre temerosísimo de la
muerte, puesto que yo mismo lo he oído decir: Mi alma está triste hasta la muerte. Y
entonces comprendí que tenía miedo de la cruz.
2. Y añadió: Hermano, aprestémonos, tanto tú como yo, para el mal día. Fortifiquemos
este lugar, para poder retener aquí prisionero al llamado Jesús que, al decir de Juan y
de los profetas, debe venir a expulsarnos de aquí. Porque ese hombre me ha causado
muchos males en la tierra, oponiéndose a mí en muchas cosas, y despojándome de
multitud de recursos. A los que yo había matado, él les devolvió la vida. Aquellos a
quienes yo había desarticulado los miembros, él los enderezó por su sola palabra, y les
ordenó que llevasen su lecho sobre los hombros. Hubo otros que yo había visto ciegos
y privados de la luz, y por cuya cuenta me regocijaba, al verlos quebrarse la cabeza
contra los muros, y arrojarse al agua, y caer, al tropezar en los atascaderos, y he aquí
que este hombre, venido de no sé dónde, y, haciendo todo lo contrario de lo que yo
hacía, les devolvía la vista por sus palabras. Ordenó a un ciego de nacimiento que
lavase sus ojos con agua y con barro en la fuente de Siloé, y aquel ciego recobró la
vista. Y, no sabiendo a qué otro lugar retirarme, tomé conmigo a mis servidores, y me
alejé de Jesús. Y, habiendo encontrado a un joven, entré en él, y moré en su cuerpo.
Ignoro cómo Jesús lo supo, pero es lo cierto que llegó adonde yo estaba, y me intimó
la orden de salir. Y, habiendo salido, y no sabiendo dónde entrar, le pedí permiso para
meterme en unos puercos, lo que hice, y los estrangulé.
3. Y la Furia, respondiendo a Satanás, dijo: ¿Quién es ese príncipe tan poderoso y que,
sin embargo, teme la muerte? Porque todos los poderosos de la tierra quedan sujetos a
mi poder desde el momento en que tú me los traes sometidos por el tuyo. Si, pues, tú
eres tan poderoso, ¿quién es ese Jesús que, temiendo la muerte, se opone a ti? Si hasta
tal punto es poderoso en su humanidad, en verdad te digo que es todopoderoso en su
divinidad, y que nadie podrá resistir a su poder. Y, cuando dijo que temía la muerte,
quiso engañarte, y constituirá tu desgracia en los siglos eternos.
4. Pero Satanás, el príncipe de la muerte, respondió y dijo: ¿Por qué vacilas en
aprisionar a ese Jesús, adversario de ti tanto como de mí? Porque yo lo he tentado, y he
excitado contra él a mi antiguo pueblo judío, excitando el odio y la cólera de éste. Y he
aguzado la lanza de la persecución. Y he hecho preparar madera para crucificarlo, y
clavos para atravesar sus manos y sus pies. Y le he dado a beber hiel mezclada con
vinagre. Y su muerte está próxima, y te lo traeré sujeto a ti y a mi.
5. Y la Furia respondió, y dijo: Me has informado de que él es quien me ha arrancado
los muertos. Muchos están aquí, que retengo, y, sin embargo, mientras vivían sobre la
tierra, muchos me han arrebatado muertos, no por su propio poder, sino por las
plegarias que dirigieron a su Dios todopoderoso, que fue quien verdaderamente me los
llevó. ¿Quién es, pues, ese Jesús, que por su palabra, me ha arrancado muertos? ¿Es
quizá el que ha vuelto a la vida, por su palabra imperiosa, a Lázaro, fallecido hacía
cuatro días, lleno de podredumbre y en disolución, y a quien yo retenía como difunto?
6. Y Satanás, el príncipe de la muerte, respondió y dijo: Ese mismo Jesús es.
7. Y, al oírlo, la Furia repuso: Yo te conjuro, por tu poder y por el mío, que no lo
traigas hacia mí. Porque, cuando me enteré de la fuerza de su palabra, temblé, me
espanté y, al mismo tiempo, todos mis ministros impíos quedaron tan turbados como
yo. No pudimos retener a Lázaro, el cual, con toda la agilidad y con toda la velocidad
del águila, salió de entre nosotros, y esta misma tierra que retenía su cuerpo privado de
vida se la devolvió. Por donde ahora sé que ese hombre, que ha podido cumplir cosas
tales, es el Dios fuerte en su imperio, y poderoso en la humanidad, y Salvador de ésta,
y, si le traes hacia mí, libertará a todos los que aquí retengo en el rigor de la prisión, y
encadenados por los lazos no rotos de sus pecados y, por virtud de su divinidad, los
conducirá a la vida que debe durar tanto como la eternidad.
Entrada triunfal de Jesús en los infiernos
XXII 1. Y, mientras Satanás y la Furia así hablaban, se oyó una voz como un trueno,
que decía: Abrid vuestras puertas, vosotros, príncipes. Abríos, puertas eternas, que el
Rey de la Gloria quiere entrar.
2. Y la Furia, oyendo la voz, dijo a Satanás: Anda, sal, y pelea contra él. Y Satanás
salió.
3. Entonces la Furia dijo a sus demonios: Cerrad las grandes puertas de bronce, cerrad
los grandes cerrojos de hierro, cerrad con llave las grandes cerraduras, y poneos todos
de centinela, porque, si este hombre entra, estamos todos perdidos.
4. Y, oyendo estas grandes voces, los santos antiguos exclamaron: Devoradora e
insaciable Furia, abre al Rey de la Gloria, al hijo de David, al profetizado por Moisés y
por Isaías.
5. Y otra vez se oyó la voz de trueno que decía: Abrid vuestras puertas eternas, que el
Rey de la Gloria quiere entrar.
6. Y la Furia gritó, rabiosa: ¿Quién es el Rey de la Gloria? Y los ángeles de Dios
contestaron: El Señor poderoso y vencedor.
7. Y, en el acto, las grandes puertas de bronce volaron en mil pedazos, y los que la
muerte había tenido encadenados se levantaron.
8. Y el Rey de la Gloria entró en figura de hombre, y todas las cuevas de la Furia
quedaron iluminadas.
9. Y rompió los lazos, que hasta entonces no habían sido quebrantados, y el socorro de
una virtud invencible nos visitó, a nosotros, que estábamos sentados en las
profundidades de las tinieblas de nuestras faltas y en la sombra de la muerte de
nuestros pecados.
Espanto de las potestades infernalesante la presencia de Jesús
XXIII 1. Al ver aquello, los dos príncipes de la muerte y del infierno, sus impíos
oficiales y sus crueles ministros quedaron sobrecogidos de espanto en sus propios
reinos, cual si no pudiesen resistir la deslumbradora claridad de tan viva luz, y la
presencia del Cristo, establecido de súbito en sus moradas.
2. Y exclamaron con rabia impotente: Nos has vencido. ¿Quién eres tú, a quien el
Señor envía para nuestra confusión? ¿Quién eres tú, tan pequeño y tan grande, tan
humilde y tan elevado, soldado y general, combatiente admirable bajo la forma de un
esclavo, Rey de la Gloria muerto en una cruz y vivo, puesto que desde tu sepulcro has
descendido hasta nosotros? ¿Quién eres tú, en cuya muerte ha temblado toda criatura,
y han sido conmovidos todos los astros, y que ahora permaneces libre entre los
muertos, y turbas a nuestras legiones? ¿Quién eres tú, que redimes a los cautivos, y
que inundas de luz brillante a los que están ciegos por las tinieblas de sus pecados?
3. Y todas las legiones de los demonios, sobrecogidos por igual terror, gritaban en el
mismo tono, con sumisión temerosa y con voz unánime, diciendo: ¿De dónde eres,
Jesús, hombre tan potente, tan luminoso, de majestad tan alta, libre de tacha y puro de
crimen? Porque este mundo terrestre que hasta el día nos ha estado siempre sometido,
y que nos pagaba tributos por nuestros usos abominables, jamás nos ha enviado un
muerto tal como tú, ni destinado semejantes presentes a los infiernos. ¿Quién, pues,
eres tú, que has franqueado sin temor las fronteras de nuestros dominios, y que no
solamente no temes nuestros suplicios infernales, sino que pretendes librar a los que
retenemos en nuestras cadenas? Quizá eres ese Jesús, de quien Satanás, nuestro
príncipe, decía que, por su suplicio en la cruz, recibiría un poder sin límites sobre el
mundo entero.
4. Entonces el Rey de la Gloria, aplastando en su majestad a la muerte bajo sus pies, y
tomando a nuestro primer padre, privó a la Furia de todo su poder y atrajo a Adán a la
claridad de su luz.
Imprecaciones acusadoras de la Furiacontra Satanás
XXIV 1. Y la Furia, bramando, aullando y abrumando a Satanás con violentos
reproches, le dijo: Belzebú, príncipe de condenación, jefe de destrucción, irrisión de
los ángeles de Dios, ¿qué has querido hacer? ¿Has querido crucificar al Rey de la
Gloria, sobre cuya ruina y sobre cuya muerte nos habías prometido tan grandes
despojos? ¿Ignoras cuán locamente has obrado? Porque he aquí que este Jesús disipa,
por el resplandor de su divinidad, todas las tinieblas de la muerte. Ha atravesado las
profundidades de las más sólidas prisiones, libertando a los cautivos, y rompiendo los
hierros de los encadenados. Y he aquí que todos los que gemían bajo nuestros
tormentos nos insultan, y nos acribillan con sus imprecaciones. Nuestros imperios y
nuestros reinos han quedado vencidos, y no sólo no inspiramos ya terror a la raza
humana, sino que, al contrario, nos amenazan y nos injurian aquellos que, muertos,
jamás habían podido mostrar soberbia ante nosotros, ni jamás habían podido
experimentar un momento de alegría durante su cautividad. Príncipe de todos los
males y padre de los rebeldes e impíos, ¿qué has querido hacer? Los que, desde el
comienzo del mundo hasta el presente, habían desesperado de su vida y de su
salvación no dejan oír ya sus gemidos. No resuena ninguna de sus quejas clamorosas,
ni se advierte el menor vestigio de lágrimas sobre la faz de ninguno de ellos. Rey
inmundo, poseedor de las llaves de los infiernos, has perdido por la cruz las riquezas
que habías adquirido por la prevaricación y por la pérdida del Paraíso. Toda tu dicha se
ha disipado y, al poner en la cruz a ese Cristo, Jesús, Rey de la Gloria, has obrado
contra ti y contra mí. Sabe para en adelante cuántos tormentos eternos y cuántos
suplicios infinitos te están reservados bajo mi guarda, que no conoce término. Luzbel,
monarca de todos los perversos, autor de la muerte y fuente del orgullo, antes que nada
hubieras debido buscar un reproche justiciero que dirigir a Jesús. Y, si no encontrabas
en él falta alguna, ¿por qué, sin razón, has osado crucificarlo injustamente, y traer a
nuestra región al inocente y al justo, tú, que has perdido a los malos, a los impíos y a
los injustos del mundo entero?
2. Y, cuando la Furia acabó de hablar así a Satanás, el Rey de la Gloria dijo a la
primera: El príncipe Satanás quedará bajo tu potestad por los siglos de los siglos, en
lugar de Adán y de sus hijos, que me son justos.
Jesús toma a Adán baj.o su protección y los antiguos profetas cantan su triunfo
XXV 1. Y el Señor extendió su mano, y dijo: Venid a mí, todos mis santos, hechos a
mi imagen y a mi semejanza. Vosotros, que habéis sido condenados por el madero, por
el diablo y por la muerte, veréis a la muerte y al diablo condenados por el madero.
2. Y, en seguida, todos los santos se reunieron bajo la mano del Señor. Y el Señor,
tomando la de Adán, le dijo: Paz a ti y a todos tus hijos, mis justos.
3. Y Adán, vertiendo lágrimas, se prosternó a los pies del Señor, y dijo en voz alta:
Señor, te glorificaré, porque me has acogido, y no has permitido que mis enemigos
triunfasen sobre mí para siempre. Hacia ti clamé, y me has curado, Señor. Has sacado
mi alma de los infiernos, y me has salvado, no dejándome con los que descienden al
abismo. Cantad las alabanzas del Señor, todos los que sois santos, y confesad su
santidad. Porque la cólera está en su indignación, y en su voluntad está la vida.
4. Y asimismo todos los santos de Dios se prosternaron a los pies del Señor, y dijeron
con voz unánime: Has llegado, al fin, Redentor del mundo, y has cumplido lo que
habías predicho por la ley y por tus profetas. Has rescatado a los vivos por tu cruz, y,
por la muerte en la cruz, has descendido hasta nosotros, para arrancarnos del infierno y
de la muerte, por tu majestad. Y, así como has colocado el título de tu gloria en el
cielo, y has elevado el signo de la redención, tu cruz, sobre la tierra, de igual modo,
Señor, coloca en el infierno el signo de la victoria de tu cruz, a fin de que la muerte no
domine más.
5. Y el Señor, extendiendo su mano, hizo la señal de la cruz sobre Adán y sobre todos
sus santos. Y, tomando la mano derecha de Adán, se levantó de los infiernos, y todos
los santos lo siguieron.
6. Entonces el profeta David exclamó con enérgico tono: Cantad al Señor un cántico
nuevo, porque ha hecho cosas admirables. Su mano derecha y su brazo nos han
salvado. El Señor ha hecho conocer su salud, y ha revelado su justicia en presencia de
todas las naciones.
7. Y toda la multitud de los santos respondió, diciendo: Esta gloria es para todos los
santos. Así sea. Alabad a Dios.
8. Y entonces el profeta Habacuc exclamó, diciendo: Has venido para la salvación de
tu pueblo, y para la liberación de tus elegidos.
9. Y todos los santos respondieron, diciendo: Bendito el que viene en nombre del
Señor, y nos ilumina.
10. Igualmente el profeta Miqueas exclamé, diciendo: ¿Qué Dios hay como tú, Señor,
que desvaneces las iniquidades, y que borras los pecados? Y ahora contienes el
testimonio de tu cólera. Y te inclinas más a la misericordia. Has tenido piedad de
nosotros, y nos has absuelto de nuestros pecados, y has sumido todas nuestras
iniquidades en el abismo de la muerte, según que habías jurado a nuestros padres en
los días antiguos.
11. Y todos los santos respondieron, diciendo: Es nuestro Dios para siempre, por los
siglos de los siglos, y durante todos ellos nos regirá. Así sea. Alabad a Dios.
12. Y los demás profetas recitaron también pasajes de sus viejos cánticos, consagrados
a alabar a Dios. Y todos los santos hicieron lo mismo.
Llegada de los santos antiguos al Paraíso y su encuentro con Enoch y con Elías
XXVI 1. Y el Señor, tomando a Adán por la mano, lo puso en las del arcángel
Miguel, al cual siguieron asimismo todos los santos.
2. Y los introdujo a todos en la gracia gloriosa del Paraíso, y dos hombres, en gran
manera ancianos, se presentaron ante ellos.
3. Y los santos los interrogaron, diciendo: ¿Quiénes sois vosotros, que no habéis estado
en los infiernos con nosotros, y que habéis sido traídos corporalmente al Paraíso?
4. Y uno de ellos repuso: Yo soy Enoch, que he sido transportado aquí por orden del
Señor. Y el que está conmigo es Elías, el Tesbita, que fue arrebatado por un carro de
fuego. Hasta hoy no hemos gustado la muerte, pero estamos reservados para el
advenimiento del Anticristo, armados con enseñas divinas, y pródigamente preparados
para combatir contra él, para darle muerte en Jerusalén, y para, al cabo de tres días y
medio, ser de nuevo elevados vivos en las nubes.
Llegada del buen ladrón al Paraíso
XXVII 1. Y mientras Enoch y Elías así hablaban, he aquí que sobrevino un hombre
muy miserable, que llevaba sobre sus espaldas el signo de la cruz.
2. Y, al verlo, todos los santos le preguntaron: ¿Quién eres? Tu aspecto es el de un
ladrón. ¿De dónde vienes, que llevas el signo de la cruz sobre tus espaldas?
3. Y él, respondiéndoles, dijo: Con verdad habláis, porque yo he sido un ladrón, y he
cometido crímenes en la tierra. Y los judíos me crucificaron con Jesús, y vi las
maravillas que se realizaron por la cruz de mi compañero, y creí que es el Creador de
todas las criaturas, y el rey todopoderoso, y le rogué, exclamando: Señor, acuérdate de
mí, cuando estés en tu reino. Y, acto seguido, accediendo a mi súplica, contestó: En
verdad te digo que hoy serás conmigo en el Paraíso. Y me dio este signo de la cruz,
advirtiéndome: Entra en el Paraíso llevando esto, y, si su ángel guardián no quiere
dejarte entrar, muéstrale el signo de la cruz, y dile: Es Jesucristo, el hijo de Dios, que
está crucificado ahora, quien me ha enviado a ti. Y repetí estas cosas al ángel guardián,
que, al oírmelas, me abrió presto, me hizo entrar, y me colocó a la derecha del Paraíso,
diciendo: Espera un poco, que pronto Adán, el padre de todo el género humano,
entrará con todos sus hijos, los santos y los justos del Cristo, el Señor crucificado.
4. Y, cuando hubieron escuchado estas palabras del ladrón, todos los patriarcas, con
voz unánime, clamaron: Bendito sea el Señor todopoderoso, padre de las misericordias
y de los bienes eternos, que ha concedido tal gracia a los pecadores, y que los ha
introducido en la gloria del Paraíso, y en los campos fértiles en que reside la verdadera
vida espiritual. Así sea.
Carino y Leucio concluyen su relato
XXVIII 1. Tales son los misterios divinos y sagrados que oímos y vivimos, nosotros,
Carino y Leucio.
2. Mas no nos está permitido proseguir, y contar los demás misterios de Dios, como el
arcángel Miguel los declaró altamente, diciéndonos: Id con vuestros hermanos a
Jerusalén, y permaneced en oración, bendiciendo y glorificando la resurrección del
Señor Jesucristo, vosotros a quienes él ha resucitado de entre los muertos. No habléis
con ningún nacido, y permaneced como mudos, hasta que llegue la hora en que el
Señor os permita referir los misterios de su divinidad.
3. Y el arcángel Miguel nos ordenó ir más allá del Jordán, donde están varios, que han
resucitado con nosotros en testimonio de la resurrección del Cristo. Porque hace tres
días solamente que se nos permite, a los que hemos resucitado de entre los muertos,
celebrar en Jerusalén la Pascua del Señor con nuestros parientes, en testimonio de la
resurrección del Cristo, y hemos sido bautizados en el santo río del Jordán, recibiendo
todos ropas blancas.
4. Y, después de los tres días de la celebración de la Pascua, todos los que habían
resucitado con nosotros fueron arrebatados por nubes. Y, conducidos más allá del
Jordán, no han sido vistos por nadie.
5. Estas son las cosas que el Señor nos ha ordenado referiros. Alabadlo, confesadlo y
haced penitencia, a fin de que os trate con piedad. Paz a vosotros en el Señor Dios
Jesucristo, Salvador de todos los hombres. Amén.
6. Y, no bien hubieron terminado de escribir todas estas cosas sobre resmas separadas
de papel, se levantaron. Y Carino puso lo que había escrito en manos de Anás, de
Caifás y de Gamaliel. E igualmente Leucio dio su manuscrito a José y a Nicodemo.
7. Y, de súbito, quedaron transfigurados, y aparecieron cubiertos de vestidos de una
blancura deslumbradora, y no se los vio más.
8. Y se encontró ser sus escritos exactamente iguales en extensión y en dicción, sin que
hubiese entre ellos una letra de diferencia.
9. Y toda la Sinagoga quedó en extremo sorprendida, al ter aquellos discursos
admirables de Carino y de Leucio. Y los judíos se decían los unos a los otros:
Verdaderamente es Dios quien ha hecho todas estas cosas, y bendito sea el Señor Jesús
por los siglos de los siglos. Amén.
10. Y salieron todos de la Sinagoga con gran inquietud, temor y temblor, dándose
golpes de pecho, y cada cual se retiró a su casa.
11. Y José y Nicodemo contaron todo lo ocurrido al gobernador, y Pilato escribió
cuanto los judíos habían dicho tocante a Jesús, y puso todas aquellas palabras en los
registros públicos de su Pretorio.
Pilatos en el templo
XXIX 1. Después de esto, Pilatos, habiendo entrado en el templo de los judíos,
congregó a todos los príncipes de los sacerdotes, a los escribas y a los doctores de la
ley.
2. Y penetró con ellos en el santuario, y ordenó que se cerrasen todas las puertas, y les
dijo: He sabido que poseéis en este templo una gran colección de libros, y os mando
que me los mostréis.
3. Y, cuando cuatro de los ministros del templo hubieron aportado aquellos libros
adornados con oro y con piedras preciosas, Pilatos dijo a todos: Por el Dios vuestro
Padre, que ha hecho y ordenado que este templo fuera construido, os conjuro a que no
me ocultéis la verdad. Sabéis todos vosotros lo que en estos libros está escrito. Pues
ahora manifestadme si encontráis en las Escrituras que ese Jesús, a quien habéis
crucificado, es el Hijo de Dios, que debía venir para la salvación del género humano, y
explicadme cuántos años debían transcurrir hasta su venida.
4. Así apretados por el gobernador, Anás y Caifás hicieron salir de allí a los demás,
que estaban con ellos, y ellos mismos cerraron todas las puertas del templo y del
santuario, y dijeron a Pilatos: Nos pides, invocando la edificación del templo, que te
manifestemos la verdad, y que te demos razón de los misterios. Ahora bien: luego que
hubimos crucificado a Jesús, ignorando que era el Hijo de Dios, y pensando que hacía
milagros por arte de encantamiento, celebramos una gran asamblea en este mismo
lugar. Y, consultando entre nosotros sobre las maravillas que había realizado Jesús,
hemos encontrado muchos testigos de nuestra raza, que nos han asegurado haberlo
visto vivo después de la pasión de su muerte. Hasta hemos hallado dos testigos de que
Jesús había resucitado cuerpos de muertos. Y hemos tenido en nuestras manos el relato
por escrito de los grandes prodigios cumplidos por Jesús entre esos difuntos. Y es
nuestra costumbre que cada año, al abrir los libros sagrados ante nuestra Sinagoga,
busquemos el testimonio de Dios. Y, en el primer libro de los Setenta, donde el
arcángel Miguel habla al tercer hijo de Adán, encontramos mención de los cinco mil
años que debían transcurrir hasta que descendiese del cielo el Cristo, el Hijo bien
amado de Dios, y consideramos que el Señor de Israel dijo a Moisés: Haz un arca de
alianza de dos codos y medio de largo, de codo y medio de alto, y de codo y medio de
ancho. En estos cinco codos y medio hemos comprendido y adivinado el simbolismo
de la fábrica del arca del Antiguo Testamento, simbolismo significativo de que, al
cabo de cinco millares y medio de años, Jesucristo debía venir al mundo en el arca de
su cuerpo, y de que, conforme al testimonio de nuestras Escrituras, es el Hijo de Dios
y el Señor de Israel. Porque, después de su pasión, nosotros, príncipes de los
sacerdotes, presa de asombro ante los milagros que se operaron a causa de él, hemos
abierto estos libros, y examinado todas las generaciones hasta la generación de José y
de María, madre de Jesús. Y, pensando que era de la raza de David, hemos encontrado
lo que ha cumplido el Señor. Y, desde que creó el cielo, la tierra y el hombre, hasta el
diluvio, transcurrieron dos mil doscientos doce años. Y, desde el diluvio hasta
Abraham, novecientos doce años. Y, desde Abraham hasta Moisés, cuatrocientos
treinta años. Y, desde Moisés hasta David, quinientos diez años. Y, desde David hasta
la cautividad de Babilonia, quinientos años. Y, desde la cautividad de Babilonia hasta
la encarnación de Jesucristo, cuatrocientos años. Los cuales forman en conjunto cinco
millares y medio de años. Y así resulta que Jesús, a quien hemos crucificado, es el
verdadero Cristo, hijo del Dios omnipotente.
MUY BUENO ESTE EVANGELIO