4. Y, siendo ya Zacarías el Gran Sacerdote, su esposa continuaba estéril, y sin tener hijos, como Ana. Y, fuera de tiempo, los sacerdotes y todo el pueblo hicieron una reflexión demasiado tardía, y se dijeron los unos a los otros: Es extremadamente enojoso que no hayamos comprendido más pronto lo que hicimos. Porque hemos establecido este Gran Sacerdote, sin advertir el defecto que se oponía a ello, dado que su esposa es infecunda, y no ha concebido fruto de bendición. Y uno de los sacerdotes,
llamado Levi, dijo: este me parece justo, y, con vuestro permiso, se lo comunicará. Los
otros sacerdotes observaron: Declárale la cosa a él solo y en secreto, y no hables de
eso a nadie más. Y el sacerdote, asintiendo, dijo: Conforme. Se lo manifestará a él, y a
nadie más que a él.
5. Un día, pues, como hubiese terminado el tiempo de la plegaria, el sacerdote fue
secretamente a entrevistar se con Zacarías, y le notificó la conversación que había
tenido con sus compañeros. Al oír tal, Zacarías se turbó hasta lo sumo, y dijo entre sí:
¿Qué hará? ¿Qué respuesta he de dar? Porque, en lo tocante a mí, no me remuerde la
conciencia el haber hecho mal alguno, y, si me odian sin causa, a pesar de mi
inocencia, al Señor únicamente corresponde. examinarlo. Si repudio a mi esposa, sin
alegar ningún desaguisado por su parte, cometerá una falta torpe. Y sería muy penoso
para mí atribuirme un delito que no he cometido, para que se me destituya, o, sin decir
nada, abdicar el pontificado y el servicio del santo altar. ¿Qué, pues, va a ocurrir en
esta grave perplejidad que a mi alma atormenta?
6. Y, mientras revolvía en su pensamiento todas estas reflexiones, llegó la hora de la
oración ritual, en que debía depositar el incienso ante el Señor. Y, manteniéndose en el
templo cerca del santo altar, y llorando frente al tabernáculo, rogaba de esta suerte:
Señor, Dios de nuestros padres, Dios de Israel, mírame con misericordia, a mí, tu
siervo, que se presenta lleno de confusión delante de tu majestad, y que implora la
dulce gracia de tu benevolencia. No desdeñes a tu siervo humilde. Si me juzgas digno
de servir tu santo altar, usa a mi respecto de tu tierna bondad hacia los hombres, pues
que tú solo eres piadoso y omnipotente. Sea para ti la gloria en todos los siglos. Amén.
7. Así habló Zacarías, mientras se encontraba a la derecha del santo altar, y,
prosternado, adoraba al Señor. Y he aquí que un ángel de Dios le apareció, en el
tabernáculo, y le dijo: No temas, Zacarías, porque tus plegarias han sido atendidas, y
tus súplicas han llegado hasta Dios. He aquí que tu esposa Isabel concebirá y parirá un
hijo, y llamaréis su nombre Juan. Mas Zacarías repuso: ¿Cómo puede suceder eso,
puesto que yo soy viejo, y mi mujer avanzada en edad? Y el ángel dijo: Por cuanto no
me has escuchado, ni creído mis palabras, he aquí que quedarás mudo e incapaz de
hablar, hasta que esas cosas advengan. Y, en el mismo instante, Zacarías fue atacado
de mutismo en el templo, y, habiéndose arrodillado en silencio frente al santo altar, se
golpeó el pecho, y lloró con amargura.
8. Y los sacerdotes y la multitud del pueblo que se encontraba allí, notaron con
sorpresa y con asombro que Zacarías se retardaba en el templo. Y, habiéndose
introducido cerca de él, los sacerdotes lo encontraron atacado de mutismo. No podía
hablar, y no se explicaba más que por gestos. Después, cuando hubo pasado la fiesta
de los santos tabernáculos, el 15 del mes de tesrín, que es el 2 de octubre, finaron las
primeras solemnidades. El 22 de tesrín, que es el 9 de octubre, Isabel quedó encinta. Y
el 16 del mes de tammuz, que es el 5 de junio, tuvo lugar el nacimiento de Juan el
Bautista.
De cómo los sacerdotes, siguiendo su uso tradicional, dieron a María en matrimonio
a José, para que velase cuidadosamente por la Santa Virgen, y cómo él la tomó bajo
su guarda, confiando en el Señor
IV 1. Cuando, transcurridos quince años, terminó la residencia santificada de María
en el templo, los sacerdotes deliberaron entre sí, y se preguntaron: ¿Qué haremos de
María? Sus padres, que han muerto, nos la confiaron en el templo, como un depósito
sagrado. Ahora ha alcanzado, en toda su plenitud, el desarrollo propio de las mujeres.
No es posible guardarla más tiempo entre nosotros, porque es preciso evitar que el
templo de Dios sea profanado sin noticia nuestra. Y los sacerdotes se repitieron los
unos a los otros: ¿Qué nos toca hacer? Y uno de ellos, un sacerdote llamado Behezi,
dijo: Hay todavía con ella en el templo muchas otras hijas de los hebreos. Vayamos,
por tanto, a interrogar a Zacarías, el Gran Sacerdote, y lo que él juzgue conveniente, lo
haremos. Todos contestaron, unánimes: Está bien. Y el sacerdote Behezi se presentó
ante Zacarías, y le dijo: Tú eres el Gran Sacerdote, avezado a la guarda del santo altar.
Y hay aquí hijas de los hebreos, que se han consagrado a Dios. Entra en el Santo de los
Santos, y ruega por la intención suya. Todo lo que el Señor revele, lo haremos según
su voluntad.
2. E inmediatamente Zacarías se levantó, y, tomando el racional, entró en el Santo de
los Santos, y rogó por aquellas jóvenes. Y, mientras esparcía el incienso ante el Señor,
he aquí que un ángel de Dios fue a colocarse cerca del altar del tabernáculo, y le dijo:
Sal a la puerta del templo, y ordena que se llame a las once hijas de los hebreos, y, con
ellas, trae aquí a María, que es de la raza de Judá y de la familia de David. Ordena
también que se llame a todos los celibatarios de la ciudad, y que cada uno aporte una
tablilla. Colocarás todas las tablillas en el tabernáculo de la alianza, escribirás el
nombre de cada uno sobre su tablilla, harás la plegaria, y cada virgen se casará con el
hombre que Dios designe entre ellos. Y el Gran Sacerdote salió del templo, y ordenó
que cuantos fuesen celibatarios se n,uniesen en aquel lugar. Y, al conocer esta orden,
todos, hasta el último, se reunieron en el lugar indicado, llevando cada uno en la mano
su tablilla. Y el viejo José, que también conoció aquella orden, abandonó su azuela de
carpintero, y, tomando una tablilla, se apresuró a ir al lugar marcado. Y el Gran
Sacerdote le tomó de las manos la tablilla, la aceptó, y, entrando en el templo, hizo la
plegaria por aquellos hombres.
3. Era, en efecto, uso constante entre las familias de Israel salidas de la tribu de Judá y
de la línea de David, colocar a sus hijas en el templo, donde se las guardaba en la
santidad y en la justicia por el espacio de doce años, para allí servir, y esperar el
momento de los decretos divinos, o sea, aquel en que el Verbo tomaría carne de una
pura e impecable virgen, y, convertido exteriormente en uno de tantos hombres, pisaría
la tierra con paso humano. La raza de Israel guardaba esa regla, consignada por escrito
y conservada en el templo por la tradición de los antepasados. Y, a menos que no
apareciese ningún signo o advertencia del Espíritu Santo, daban a aquellas jóvenes en
matrimonio. Así se procedió con aquellas doce vírgenes, que eran de la raza de Judá y
de la familia de David, y entre las cuales se encontraba la Virgen María, que tenía
preeminencia sobre todas. Se las reunió de común acuerdo, y se las hizo comparecer
en el lugar señalado. Y los sacerdotes consultaron la suerte a cuenta de ellas y a
intención de los celibatarios, para saber quién de éstos recibiría una como esposa.
4. Y, cuando el Gran Sacerdote devolvió a los celibatarios sus tablillas respectivas, que
había sacado del templo, vio que el nombre de cada una de las vírgenes estaba grabado
sobre la tablilla de aquel a quien había tocado por mujer. Y, al tomar Zacarías las
tablillas, éstas no llevaban ningún signo, excepto los nombres que se hallaban escritos
en ellas. Pero, al entregar a José la última, en la cual se encontraba escrito el nombre
de María, he aquí que una paloma, que salió de la tablilla, se posó sobre la cabeza del
agraciado. Y Zacarías dijo a José: A ti te corresponde la Virgen María. Recíbela, y
guárdala como esposa tuya, puesto que te ha caído en suerte por una decisión santa,
para que se enlace contigo en matrimonio, como cada una de las otras vírgenes a uno
de los celibatarios.
5. Mas José, al oír esto, resistió y repuso: Yo os ruego, sacerdotes y todo el pueblo,
reunidos en este templo santo, que no me violentéis en presencia de todos. ¿Cómo haré
nada de lo que me decís? Tengo una numerosa familia de hijos y de hijas, y quedaría
avergonzado y confuso ante ellos. ¡No me violentéis! Mas los sacerdotes y todo el
pueblo le contestaron: Obedece a la voluntad de Dios, y no seas recalcitrante e
insumiso, porque no obras según la ley, al oponerte a esa voluntad. Y José dijo:
Siendo, como soy, viejo, y estando próximo a la muerte, ¿por qué me obligáis a hacer
en mi ancianidad cosas que no convienen a mi edad, ni a mi condición? Y el Gran
Sacerdote dijo: Escucha. No tendrás vergüenza ni confusión de ningún lado, sino de
todas partes bendición y gloria. Y José dijo: Hablas bien, pero la que me ha tocado es
una niña, no una mujer, y, al verlo y comprenderlo, todos los hijos de Israel me
pondrán en ridículo. Y el Gran Sacerdote dijo: Sabemos que eres bueno, justo y
temeroso de Dios. Esta virgen es huérfana, y se ve privada de sus padres. La hemos
tomado en tutela protectora, y en el templo la hemos residenciado, bajo la fe del
juramento. Los sacerdotes y todo el pueblo acabamos de atestiguar legalmente que te
ha caído en suerte María. Recógela por nuestra voluntad y nuestra bendición, y
guárdala con santidad y con respeto, conforme a la ley a la tradición de nuestros
antepasados, hasta que te llegue el momento de recibir la corona de gloria, al mismo
tiempo que las otras vírgenes y los otros celibatarios.
6. Y José dijo: Tened piedad de los cabellos blancos de mi vejez. No me impongáis la
carga, a que no tengo inclinación alguna, de guardarla con cuidado y con
circunspección, como conviene. Es una virgen que acaba de llegar a la edad núbil,
conforme a la naturaleza de las mujeres. ¿Cómo ha de ser para mí un deber aceptarla
en matrimonio, ya que esto constituiría un pecado? Y el Gran Sacerdote dijo: Si no
estabas dispuesto a consentir en las consecuencias de este acto, ¿quién te ha obligado a
ello? ¿Por qué has venido con los otros celibatarios? Y advierte que, después de
haberte presentado con ellos, y de haber tirado a la suerte, según el uso consagrado,
has recibido del templo del Señor un signo bendito e indicativo de que Dios te ha
concedido a María en matrimonio. Y José dijo: Yo no sabía esto de antemano, y, por
mis propias reflexiones, no me era posible conocer el acontecimiento que se preparaba,
ni sus resultas. Pero, repito, me hallo a punto de morir, y espero que respetéis los
cabellos blancos de mi cabeza y mi vida sin tacha. Y el Gran Sacerdote dijo: Teme al
Señor, y no resistas a sus órdenes. Recuerda cómo Dios procedió con Coré, Dathan y
Abiron, y cómo la tierra se abrió y los tragó a causa del acto de desobediencia que
cometieron. No los imites, si quieres evitar alguna desgracia imprevista, que te
advenga de súbito.
7. Cuando José hubo oído estas palabras, se inclinó, se prosternó ante los sacerdotes y
ante todo el pueblo, y sacando del templo a María, partió con ella, y la condujo a su
casa, en la villa de Nazareth. Al llegar, le advirtió: Hija mía, presta oídos a lo que voy
a decirte, y guarda su recuerdo. Yo proveeré a todas tus necesidades materiales, y tú
habitarás aquí honestamente. Guárdate a ti misma, y por ti misma vela. No vayas
inútilmente a parte alguna, y procura que nadie entre en casa, hasta que llegue el
momento en que, Dios mediante, vuelva al lado tuyo. Sea eternamente contigo el Dios
de Israel, Dios de nuestros padres. Y, habiendo hablado así, se levantó, y se puso en
camino, para ir a ejercer su oficio de carpintero.
8. Y, al cabo de pocos días, sucedió que los sacerdotes se reunieron en consejo, y
dijeron: Mandemos hacer, para el templo, un velo que será expuesto en el día de la
gran fiesta, ante la congregación de todo el pueblo, y que realzará el esplendor del
culto en el santo tabernáculo. Entonces el Gran Sacerdote ordenó que se convocase a
las mujeres y a las vírgenes que estaban consagradas a Dios en el templo, y que
pertenecían a la tribu de Judá y a la estirpe de David. Y, cuando las once vírgenes
hubieron llegado, Zacarías se acordó de que María pertenecía a aquella tribu y a
aquella estirpe, y mandó que fuesen a buscarla. Y, cuando María llegó, el Gran
Sacerdote dijo: Echad a suertes, para saber quiénes habéis de tejer la muselina y la
púrpura, lo encarnado y lo azul, y, echadas las suertes, la púrpura y la escarlata tocaron
a María. Y, tomándolas en silencio, regresó y comenzó por hilar la escarlata, ante todo.
Sobre la voz del ángel mensajero, que anunció la impregnación de la Santa Virgen
María
V 1. El año 303 de Alejandro, el 31 del mes de adar, el primer día de la semana, a la
hora tercera del día, María tomó su cántaro, y fue a la fuente en busca de agua. Y oyó
una voz que decía: Regocíjate, Virgen María. Súbitamente, María se turbó, y quedó
helada de espanto. Y miró a derecha y a izquierda, y, no viendo a nadie, se preguntó:
¿De dónde ha partido la voz que se ha dirigido a mí? Y, recogiendo su cántaro, marchó
precipitadamente a su casa, cuya puerta cerró y encerrojó cuidadosamente. Después, se
recogió, silenciosa, en el fondo de la casa. Y, en el estupo de su espíritu, se decía con
asombro: ¿Qué saludo es que se me ha hecho? ¿Cuál es el que me conoce, y sabe de
antemano quién soy? ¿A quién he visto yo que pueda hablarme en esos términos? Y,
pensando en todas esta cosas, se estremecía y temblaba.
2. Y, levantándose, se puso en oración, y dijo: Señor Dios de Israel, Dios de nuestros
padres, mírame con misericordia, y condesciende a mi demanda, y a la plegaria di mi
corazón. Escucha a tu miserable sierva, que te implora con esperanza y con confianza.
No me entregues a las tentaciones del seductor y a las emboscadas del enemigo, y
líbrame de los peligros y de la astucia del cazador, porqui espero y confío en que
guardarás mi virginidad intacta Señor y Dios mío. Y, luego que hubo hablado así,
rindió gracias al Señor, llorando. Y, después de haber permanecido en este estado
durante tres horas, tomando la escarlata, se puso a hilar.
3. Y he aquí que el ángel del Señor llegó, y penetró cerca de ella, estando las puertas
cerradas. El ser incorpóreo se le presentó bajo la apariencia de un ser corpóreo, y le
dijo: Regocíjate, María, sierva inmaculada del Señor Como el ángel se le apareciera de
súbito, María sintió pánico, y, en su pavor, era incapaz de responder. Y el ángel dijo:
No te espantes, María, bendita entre todas las mujeres. Yo soy el ángel Gabriel,
enviado por Dios para comu nicarte que quedarás encinta, y que darás a luz al hijo de
Altísimo, el cual será un gran rey, y prevalecerá sobre la tierra toda. María le preguntó:
¿De qué hablas? ¿Qué es lo que expresas? Explícame este enigma. Y el ángel repuso:
Lo que te he dicho, lo has oído de mi boca. Recibe la invitación contenida en este
mensaje que acabo de hacerte y regocíjate. María dijo: Lo que me manifiestas es de
una novedad desconcertante, que me llena de sorpresa y de asombro, pues afirmas que
concebirá y pariré al tenor de las demás mujeres. ¿Cómo ha de ocurrirme esto, si yo no
conozco varón? Y el ángel dijo: ¡Oh Santa Virgen María, no abrigues sospechas tales,
y comprende lo que te revelo! No concebirás de una criatura, ni de un marido, ni de la
voluntad de un hombre, sino del poder y de la gracia del Espíritu Santo, que habitará
en ti, y que hará de ti lo que le plazca. María dijo: Lo que me anuncias me parece
extraordinario y duro de creer. Yo no puedo conformarme, ni resignarme, con las
cosas que me dices. Porque los prodigios de que me hablas, me parecen chocantes en
principio e inverosímiles de hecho. Al oír tus palabras, mi alma se estremece de
miedo, y tiembla. Mi espíritu continúa en la perplejidad, y no sé qué respuesta dar a
tus discursos. El ángel preguntó: ¿Por qué te estremeces, y por qué tiembla tu alma?
4. Y María repuso: ¿Cómo podré conceder crédito a tus palabras, si jamás oí a nadie
otras parecidas, y ni aun sé lo que pretendes comunicarme? El ángel dijo: Mis
discursos son la exacta verdad. No te hablo a la ventura, ni conforme a mis propias
ideas, sino que te digo lo que he oído del Señor, y que Dios me ha enviado a
notificarte y a exponerte. Y tú tomas mi lenguaje por una falsedad. Teme al Señor, y
escúchame. La Virgen repuso: No es que considere tus discursos vanos, sino que estoy
poseída de un profundo asombro. Aquel que el firmamento y la tierra no pueden
contener, ni envolver su divinidad, y cuya gloria no pueden contemplar todas las
falanges celestes de espíritus luminosos y de seres ígneos, ¿podría yo sostenerlo, y
soportar su ardor infinito, y abrigarlo en mi carne? ¿Cómo sería yo capaz de llevarlo
corporalmente en mi seno, y de tocarlo con mis manos? Tu discurso es inverosímil; la
idea, incomprensible, y su realización desconcertante. Se necesita más que toda la
clarividencia del espíritu humano para escrutarlo y comprenderlo. ¿Quieres alucinar
mi espíritu con un discurso engañador? ¡No será así! El ángel replicó: ¡Oh
bienaventurada María, escúchame lo que decirte quiero! ¿Cómo la tienda de Abraham
recibió a Dios bajo formas corpóreas, sin que el fuego se le aproximase? ¿Cómo habló
Dios a Jacob, después de luchar con él? ¿Cómo Moisés, en el Sinaí, vio a Dios cara a
cara, y la hoguera en que se le mostró ardió, sin consumirse? A ti te sucederá igual por
otro concepto, y no tienes por qué temer a este propósito. Cree solamente, y oye lo que
ahora voy a significarte.
5. María opuso aún: ¿Cómo me sucederá lo que dices? ¿Y cómo conocerá yo en qué
día y a qué hora ocurrirá el suceso? Indícamelo. Y el ángel contestó: No hables así de
lo que ignoras, y no te niegues a creer lo que no comprendes. Humilla tu oído, y cree
todo lo que te revelo. María dijo: No hablo así por incredulidad, ni por desconfianza,
pero quiero asegurarme con exactitud, y saber con certeza cómo la cosa me ocurrirá y
en qué momento, a fin de que me halle dispuesta y prevenida. El ángel repuso: Su
advenimiento puede acaecer a cualquier hora. Al penetrar en tu seno, y habitar en él,
purificará y santificará toda la esencia de tu carne, que se convertirá en templo suyo.
María dijo: Pero ¿cómo advendrá esto, puesto que, repito, no conozco varón? El ángel
dijo: El Espíritu Santo vendrá a ti, y la potencia del Altísimo te cubrirá con su sombra.
Y el Verbo divino tomará de ti un cuerpo, y parirás al hijo del Padre celestial, y tu
virginidad permanecerá intacta e inviolada. María dijo: ¿Y cómo una mujer,
conservando su virginidad, puede tener un hijo, sin la intervención de un hombre?
6. Y el ángel replicó: El caso no será como piensas. Tu maternidad no será efecto de
una concupiscente pasión corpórea, ni tu embarazo consecuencia de una relación
conyugal, porque tu virginidad permanecerá pura y sin tacha. La entrada del Verbo
divino no violará tu vientre, y, cuando salga de él, con su carne, no destruirá tu pureza
inmarchita, María exclamó: Tengo miedo de ti, porque me sonsacas con palabras
gratas de oír, y que me causan viva sorpresa. ¿Es que quieres convencerme mediante
frases engañosas, como sucedió a Eva, nuestra primera madre, a quien el demonio,
conversando con ella, persuadió por discursos dulces y agradables, y que fue en
seguida entregada a la muerte? El ángel dijo: ¡Oh Santa Virgen María, cuántas veces
me he dirigido a ti, y te he dicho la exacta verdad! Y no crees en las órdenes y en el
mensaje que te expresa mi boca, ni aun hallándome en tu presencia. De nuevo me
dirijo a ti en nombre de Dios, para que tu alma no se espante ante mi vista, ni tu
espíritu dude del que me ha enviado. Y no apartes de tu corazón las palabras que de mí
ya has oído. No he venido a hablarte por artificio engañoso de ninguna especie, ni por
trampa, ni por astucia, sino para preparar en ti el templo y la habitación del Verbo.
María dijo: Ante la insistencia de tus discursos, siento sobrecogido mi ánimo, y me
preocupa saber qué respuesta he de dar a lo que dices. Y, si no llego a convencerme a
mí propia, ¿a quién podré descubrir mi situación, y persuadirlo de que no miento?
7. Y el ángel exclamó: ¡Oh Santa Virgen sin mancilla, no te ocupes de aprensiones
vanas! María dijo: No dudo de tus palabras, ni tengo lo que dices por increíble, antes
bien, soy dichosa, y me regocijan vivamente tus discursos. Pero mi alma se estremece
y tiembla ante el pensamiento de que llevaré a Dios en mi carne, pada darlo a luz como
a un hombre, y que mi virginidad continuará inviolable. ¡Oh prodigio! ¡Y qué
maravilloso es el hecho de que me hablas! El ángel dijo: Una y otra vez he repetido mi
largo discurso, dándote de él mi verídico testimonio, y no me has creído. Y María
repuso: Te ruego, oh servidor del Altísimo, que no te enoje mi insistencia en
preguntarte. Porque tú conoces la naturaleza humana y su incredulidad en toda
materia. He aquí por qué yo quiero informarme fidedignamente, para saber al justo lo
que ha de ocurrirme. No quedes, pues, descontento de las frases que he pronunciado.
El ángel dijo: Llevas razón, pero ten fe en mí, que he sido enviado por Dios, para
hablarte, y para anunciarte la buena nueva.
8. Y María respondió: Sí, creo en tus discursos, sé que es verdad lo que hablas, y
acepto tus órdenes. Pero escucha lo que voy a decirte. Hasta el presente, he sido
guardada en la santidad y en la justicia, ante los sacerdotes y ante todo el pueblo,
después de haber sido legítimamente prometida a José, para ser su esposa. Y él se ha
eñcargado de recogerme en su casa, para velar cuidadosamente por mí, hasta el
momento que recibamos la corona de bendición, con las otras vírgenes y los otros
celibatarios. Y, si vuelve, y me encuentra encinta, ¿qué respuesta le daré? Y, si me
pregunta cuál es la causa de mi embarazo, ¿qué contestará a su interrogación? El ángel
dijo: ¡Oh bienaventurada María, escucha bien mi palabra, y guarda en tu espíritu lo
que voy a decirte! Esto no es obra del hombre, y el fenómeno de que te hablo no
provendrá de nadie, y el mismo Señor lo realizará en ti, y él posee el poder de
sustraerte a todas las angustias de la prueba. María dijo: Si la cosa es tal como la
explicas, y el mismo Señor se digna descender hasta su esclava y su sierva, hágase en
mí según tu palabra. Y el ángel la abandonó.
9. No bien la Virgen hubo pronunciado aquella frase de humillación, el Verbo divino
penetró en ella por su oreja. Y la naturaleza íntima de su cuerpo animado fue
santificada, con todos sus sentidos y con los doce miembros u órganos de sus sentidos,
y quedó purificada como el oro en el fuego. Y se convirtió en un templo santo e
inmaculado, y en la mansión del Verbo divino. Y, en el mismo momento, comenzó el
embarazo. Porque, cuando el ángel llevó la buena nueva a María, era el 15 de nisan, lo
que hace el 6 de abril, un miércoles, a la hora tercera del día.
10. Y, al mismo tiempo, un ángel se apresuró a ir al país de los persas, para prevenir a
los reyes magos, y para ordenarles que fuesen a adorar al niño recién nacido. Y ellos,
después de haber sido guiados por una estrella durante nueve meses, llegaron a su
destino en el punto y hora en que la Virgen acababa de ser madre. Porque, en aquella
época, el reino de los persas dominaba, por su poder y por sus victorias, sobre todos
los reyes que existían en los países de Oriente. Y los reyes de los magos eran tres
hermanos: el primero, Melkon, que imperaba sobre los persas; el segundo, Baltasar,
que prevalecía sobre los indios; y el tercero, Gaspar, que poseía el país de los árabes.
Habiéndose reunido por obediencia al mandato de Dios, se presentaron en Judea en el
instante en que María había dado a luz. Y, habiendo apresurado su marcha, se
encontraron allí en el tiempo preciso del nacimiento de Jesús.
11. Y, luego que la Virgen recibió el mensaje de su lmpregnación por el Espíritu Santo,
vio a los coros angélicos, que cantaban en loor suyo. Y, al verlos, se sintió llena de
pánico a una que de gozo. Y, con la faz postrada contra la tierra, se puso a alabar a
Dios en hebreo, exclamando: ¡ Oh Señor de mi espíritu y de mi cuerpo, tú tienes el
poder de cumplir todas las voluntades de tu amor creador, y tú decides libremente de
toda cosa conforme a tu albedrío! Dígnate condescender con las plegarias de tu esclava
y de tu sierva. Atiéndeme y libra mí alma, por cuanto eres el Dios mi Salvador, y tu
nombre, Señor, ha sido invocado sobre mí cotidianamente. Y, hasta este día, me he
guardado en la santidad, en la justicia y en la pureza, ordenada por ti, y he conservado
mi virginidad firme e intacta, sin ningún deseo de carnales mancillas. Y, ahora, hágase
tu voluntad.
12. Y, habiendo hablado así, María se levantó, y dio gracias al Altísimo. Después de lo
cual, pasó una hora. Y, como la Virgen reflexionase, comenzó a llorar, y dijo: ¿Qué
prodigio nuevo, y que no se había visto en el nacimiento de ningún hombre, es el que
se realiza en mí? ¿No me convertiré en la fábula y en el ludibrio de todos, hombres y
mujeres? Heme aquí, pues, en la mayor perplejidad. No sé qué hacer, ni qué respuesta
dar a quienquiera se informe de mí. ¿A quién me dirigiré, y cómo justificaré todo esto?
¿Por qué mi madre me ha parido? ¿Por qué mis progenitores me han consagrado a
Dios, en la tristeza de su alma, para convertirme en objeto de reproche para mí misma
y para ellos? ¿Por qué me han obligado a guardar virginidad en el templo santo? ¿Por
qué no he recibido más pronto la sentencia de muerte, que me sacará de este mundo?
Y, puesto que permanezco con vida, ¿por qué mis padres no me han dado en
matrimonio, sin decir nada, como a las demás hijas de los hebreos? ¿Quién ha visto ni
oído nunca cosa semejante? ¿Quién creerá que dé a luz una mujer que no ha conocido
varón? ¿A quién, ni en público, ni en secreto, contaré sin reticencia lo que ocurre?
¿Podré persuadir, a fuerza de palabras, ni a casadas, ni a solteras? Si les revelo
exactamente lo insólito de mi caso, creerán que me mofo, y, si hablo bajo la fe del
juramento, juzgarán que soy perjura. Decir falsedades, me es imposible, y condenarme
a mí misma, siendo inocente, es bien duro. Si se me exige un testigo, nadie podrá
justificarme. Y, si repito por segunda vez mi declaración, diciendo la verdad, se me
condenará a muerte con desprecio. Todos los que oigan mi declaración, prójimos o
extraños, dirán: Quiere engañar, con vanos subterfugios, a los insensatos y a los
irreflexivos. No sé qué hacer, ni quién me sugerirá una respuesta que dar a todos, con
respecto a este asunto; ni cómo diré esto a mi marido, cuyo nombre he recibido por el
matrimonio; ni cómo me atrever a tomar la palabra ante los sacerdotes y el pueblo; ni
cómo soportará ser entregada, delante de todo el mundo, al apa rato de la justicia
humana. Si declaro a las casadas que soy virgen, y que he concebido sin la operación
de un horn bre, tomarán mis palabras por una burla, y no me creerán. ¿Cómo podré yo
darme cuenta a mf misma de lo que me ha sucedido? Todo aquello de lo que tengo
conciencia, es que mi virginidad está a salvo, y que mi embarazo es cierto. Porque el
ángel del Señor me ha dicho la verdad, sin mentira alguna. No me ha engaño con
vanas habilidades, sino que ha transmitido, exacta y sinceramente, las palabras
pronunciadas por el Espíritu Santo. ¿Qué hacer, pues, ahora que me he convértido en
objeto de censura y de reprobación entre los hijos de Israel? ¡Oh palabra asombrosa! ¡
Oh obra sorprendente! Oh prodigio terrible y desconcertante! Nadie creerá que yo no
haya conocido varón, y que mi embarazo es un ejemplo. Y, si digo seriamente a
alguien: Cree que estoy encinta, y que, sin embargo, permanezco virgen, me
contestará: Sea. Yo creo que hablas exacta y sinceramente. Pero explicame cómo una
virgen puede llegar a ser madre, sin que un hombre haya destruido su virginidad. Y,
con estas pocas palabras, me pondrán en ridículo. Bien sé que muchos hablarán
perversamente de mí, y que me condenarán a la ligera, a pesar de mi inocencia. Sin
embargo, el Señor me salvará de las murmuraciones y de los ultrajes de los hombres.
13. Habiendo dicho estas cosas, María dejó de hablar entre sí. Y, levantándose, abrió la
puerta de la casa, para ver si había por allí alguien que prestase oídos a las palabras
que pronunciara anteriormente. Como no percibiese ningún ser humano, volvió al
interior de la casa, y, tomando la escarlata y la púrpura que había recibido de manos de
los sacerdotes, para hacer un velo del templo, se puso a hilarlas. Cuando terminó su
obra, fue a llevarla al Gran Sacerdote. Y éste, tomándola de las manos de la Virgen
Santa, le dijo: María, hija mía, bendita eres entre todas las mujeres, y bendito es tu
seno virginal. El Señor magnificará tu santo nombre por toda la tierra. Tendrás
preeminencia sobre todas las mujeres, y llegarás a ser la madre de las vírgenes. De ti
vendrá al mundo su salvación. Así habló Zacarías. María se prosternó ante los
sacerdotes y ante todo el pueblo, y, sumamente gozosa, regresó a su casa.
14. Y, cuando tuvo lugar la anunciación del ángel a María, el embarazo de Isabel
duraba ya desde su comienzo el 20 de tesrín, lo que hace el 9 de octubre, y de esta
fecha al 15 de nisan, es decir, al 6 de abril, habían transcurrido ciento ochenta días, lo
que hace seis meses. Entonces comenzó la encarnación del Cristo, por la cual tomó
carne en la Virgen Santa. Y un día, ésta, reflexionando, se dijo: Iré a ver a mi prima
Isabel, le contaré todo lo ocurrido, y cuanto ella me diga, otro tanto haré. Y envió a
José, a Bethlehem, un mensaje concebido en estos términos: Te ruego que me dejes ir
a ver a Isabel, mi prima. Y José le permitió ir, y ella salió a escondidas a punto de
amanecer y, dirigiéndose hacia las montañas de Judea, llegó a la villa de Judá. Y entró
en la morada de Zacarías, y saludó a su parienta.
15. Y, cuando Isabel oyó la vez de María, su hijo saltó en su vientre. E Isabel, llena del
Espíritu Santo, elevó la voz, y exclamó: Bendita eres entre todas las mujeres, y bendito
es el fruto de tus entrañas. ¿De dónde que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, al
llegar a mi oído tus palabras de saludo, mi hijo saltó en mi vientre. María, que tal oyó,
levantó hacia el cielo sus ojos preñados de lágrimas, y dijo: Señor, ¿qué tengo yo, que
todas las naciones me proclaman bienaventurada? ¿Por qué he sido puesta en
evidencia entre todas las mujeres e hijas de los hebreos, y por qué mi nombre se hace
célebre y famoso en todas las tribus de Israel? Y es que María había olvidado lo que el
ángel le comunícara precedentemente.