Evangelios Apócrifos: Evangelio Armenio de la Infancia 3 parte.-

16. Y María permaneció mucho tiempo en casa de Isabel, y, confidencialmente, le relató por orden todo lo que había visto y oído del ángel. Vivamente sorprendida,
Isabel repuso: Hija mía, lo que me refieres, es una obra maravillosa de Dios. Pero
atiende a lo que voy a decirte. No te espantes de lo que te ocurra, y no seas incrédula.
Pensamientos, actos, palabras, todo, en esto, sobrepuja absolutamente al espíritu
humano. Veme a mí, que estoy avanzada en edad y ya próxima a la muerte, y que, sin
embargo, me hallo encinta, a pesar de mi vejez y de mis cabellos blancos, porque nada
hay imposible para Dios. Cuanto a ti, ve silenciosamente a encerrarte en tu casa. No
participes a nadie lo que has visto y oído. No lo cuentes a ninguno de los hijos de
Israel, no sea que, llamados a engaño, te pongan en irrisión, ni tampoco a tu marido,
no sea que lo hieras en el corazón, y te repudie. Espera que la voluntad del Señor se
cumpla, y Él te manifestará lo que tiene intención de hacer.
17. Y María dijo: Obraré de acuerdo con tus recomendaciones. E Isabel añadió:
Escucha y guarda el consejo que te doy. Vuelve en paz a tu casa, y permanece
discretamente en ella, sin ir y venir de aquí para allí. Ocúltate al mundo, a fin de que
nadie sepa nada. Haz todo lo que tu marido te ordene. Y, en tus apuros, el Señor sabrá
prepararte una salida. No temas, y regocíjate. Así habló Isabel. María se prosterné ante
ella, y volvió a su casa con júbilo. Y allí continuó muchos días. Y el niño se
desarrollaba, de día en día, en su seno. Y, temiendo al mundo, permanecía
perpetuamente escondida, a fin de que persona alguna se enterase de su estado.
Aflicción de José.
Las sospechas que tuvo, y el juicio que formó de la muy Santa Virgen
VI 1. Cuando María alcanzó el quinto mes de su embarazo, José marchó de
Bethlehem, su pueblo natal, después de haber construido una casa, y regresó a la suya
de Nazareth, para continuar sus trabajos de carpintería. María fue a su encuentro, y se
prosterné ante él. Y José le preguntó: ¿Cómo te va? ¿Estás contenta? ¿Te ha ocurrido
algo? Y María repuso: Me va bien. Y, después de haber preparado la mesa, comieron
ambos en buena paz y compañía. Y José habiéndose tendido sobre un camastro, quiso
reposar un poco. Mas, al dirigir su mirada a María, vio que su semblante alterado
pasaba por todos los colores. Y ella intentó ocultar su confusión, sin conseguirlo.
2. José la miró con tristeza, e incorporándose de donde estaba recostado, le dijo: Me
parece, hija mía, que no tienes tu acostumbrada gracia infantil, porque te hallo un tanto
cambiada. Y María contestó: ¿Qué quieres decirme, con esa observación y con ese
examen? Y José advirtió: Me admiran tus palabras y tus pretextos. ¿Por qué estás
desmañada, deprimida, triste y con los rasgos de tu fisonomía alterados? ¿Te ha
hablado alguien? Ello me descontentaría. ¿Te ha sobrevenido alguna enfermedad o
dolencia? ¿O bien has pasado por alguna prueba, o sufrido las intrigas de los hombres?
María respondió: No hay nada de eso. Y José dijo: Entonces, ¿por qué no me
respondes francamente? María dijo: ¿Qué quieres que te responda? Y José dijo: No
creeré en tus palabras antes de haber visto. Ponte francamente en evidencia ante mí,
para que yo me cerciore de que hablas verdad. Y María, interiormente turbada, no
sabía qué hacer. Mas José, envolviendo a María a una ojeada atenta, vio que estaba
encinta. Y, dando un gran grito, exclamó: ¡Ah, qué criminal acción has cometido,
desgraciada!
3. Y José, cayendo de su asiento y puesta su faz contra la tierra, se golpeó la frente con
la mano, se mesó la barba y los cabellos blancos de su cabeza, y arrastró su cara por el
polvo, clamando: ¡Malhaya yo! ¡Maldición sobre mi triste vejez! ¿Qué ha ocurrido
aquí? ¿Qué desastre ha recaído sobre mi casa? ¿Con qué rostro mirará, en adelante, el
rostro de los hombres? ¿Qué responderá a los sacerdotes y a todo el pueblo de Israel?
¿Cómo logrará detener una persecución judicial? ¿Y con qué artificio conseguiré
apaciguar la opinión pública? ¿Qué haré en esta coyuntura, y cómo paliará el hecho de
haber recibido del templo a esta virgen, santa y sin tacha, y no haber sabido
mantenerla en la observancia de la ley, según la tradición de mis padres? Si se me hace
la intimación de por qué he dejado desflorar la pureza inmaculada de mi pupila, ¿qué
respuesta daré a los sacerdotes y a todo el pueblo? ¿Cuál es el enemigo que me ha
tendido este lazo? ¿Qué bandido me ha arrebatado la virginidad de esta niña? ¿Quién
ha perpetrado tamaño delito en mi casa, y hecho de mí un objeto de burla y de oprobio
entre los hijos de Israel? ¿Va a recaer sobre mí la falta del que, por la perfidia de la
serpiente, perdió su estado dichoso?
4. Y, hablando así, José se golpeaba el pecho, con gemidos entreverados de lágrimas.
Después, hizo comparecer de nuevo a María, y le dijo: ¡Oh alma digna de llanto
perpetuo, que te has hundido en el extravío más monstruoso, dime qué acción
prohibida has realizado! Porque has olvidado al Señor tu Dios, que te ha formad en el
seno de tu madre, tú, a quién tus padres te obtuvieron del Altísimo, a fuerza de sufrir y
de llorar, y que te ofrecieron a Él religiosamente y según la ley; que fuiste sustentada y
educada en el tempo; que oíste continuamente las alabanzas al Eterno y el canto de los
ángeles que prestaste oído atento a la lectura de los sagrados li bros, y escuchaste sus
palabras con unción y con respeto Y, a la muerte de sus padres, permaneciste en tutela
en el templo, hasta el momento en que quedaste corregida de toda inclinación
pecaminosa. Instruida y versada en las leyes divinas, recibiste, con gran honra, la
bendición de los sacerdotes. Y, luego que se te me confió, por mandato del Señor y
con beneplácito de los sacerdotes y de todo el pueblo, te acepté piadosamente, y te
establecí en mi casa, proveyendo a todas tus necesidades materiales, y
recomendándote que fueses prudente, y que velases por ti misma hasta mi regreso.
¿Qué es, pues, lo que has hecho, di? ¿Por qué no respondes palabra, y te niegas a
defenderte? ¿Por qué, desventurada e infortunada, te has hundido en tal desorden, y
convertido en objeto de vergüenza universal, entre los hombres, las mujeres y todo el
género humano?
5. Y María, bajando la cabeza, lloraba y sollozaba. Al cabo, dijo: No me juzgues a la
ligera, y no sospeches injuriosamente de mi virginidad, porque pura estoy de todo
pecado, y no conozco en absoluto varón. José dijo: En tal caso, explícame de qué tu
embarazo proviene. María dijo: Por la vida del Señor, que no sé lo que exiges de mí.
José dijo: No te hablo con violencia y con cólera, sino que quiero interrogarte
amistosamente. Indícame qué hombre se ha introducido o lo han introducido cerca de
ti, o a qué casa has ido imprudentemente. María dijo: No he ido jamás a parte alguna,
ni he salido de esta casa. José dijo: ¡He aquí algo prodigioso! Tú no sabes nada, y yo
veo con certidumbre que estás encinta. ¿Quién ha oído nunca que una mujer pueda
concebir y parir sin la intervención de un hombre? No creo en semejantes discursos.
María dijo: ¿Cómo, entonces, podré satisfacerte? Puesto que me interrogas con toda
sinceridad sobre el asunto, yo atestiguo, por mi parte, que pura estoy de todo pecado, y
que no conozco en absoluto varón. Y, si me juzgas temerariamente, habrás de
responder ante Dios de mí.
6. Al oír estas palabras, José quedó sorprendido, y concibió un vivo temor. Y,
poniéndose a reflexionar, dijo: ¡Cosa espantable y maravillosa! No comprendo nada
del curso de estos acontecimientos, tan extraños de suyo, y tan fuera de toda
concepción, de todo lo que hemos escuchado con nuestros propios oídos, de todo lo
que hemos aprendido de nuestros antepasados. El estupor constriñe mi espíritu. ¿A
quién me dirigiré? ¿A quién consultaré sobre este negocio? Porque vacilo ante el
pensamiento de que el hecho, secreto todavía, sea divulgado y contado por doquiera, y
que los que lo sepan, se mofen de nosotros. María dijo: ¿Hasta cuándo te sentirás
arrebatado contra mí, y me condenarás en desconsiderados términos? ¿No acabarás de
abrumarme con tus ultrajes? José dijo: Es que no puedo resistir la aflicción y la tristeza
que se han abatido sobre mi corazón. ¿Qué haré de ti, y qué respuesta daré a quien
acerca de ti me pregunte? Y temo que, si el hecho se muestra ostentoso, y es llevado y
traído con escándalo por la vía pública, mis canas queden deshonradas entre los hijos
de Israel.
7. Y José prorrumpió en amargo lloro, exclamando: Triste e infeliz viejo, ¿por qué
aceptaste tu papel de guardián? ¿Por qué obedeciste a los sacerdotes y a todo el
pueblo, para, en su ancianidad y a punto de morir, ver deshonradas tus canas? Y, como
no sabía qué partido tomar, se puso a reflexionar, y se dijo: ¿Qué haré de esta niña?
Porque no sabré lo que con ella ocurre, mientras el Señor no manifieste los
acaecimientos que se preparan, y yo, en todo ello, no he obrado por voluntad propia.
Pero sé con certeza que, si la prueba a que se me someta procede de Dios, será para
bien mío, y que si, por lo contrario, mi pena es obra del enemigo malo, el Señor me
librará de él. Con todo, ignoro cómo he de proceder. Si condeno a María, esto será, de
mi parte, una gran falta, y si hablo mal de ella, será justamente castigada por Dios. La
tomaré, pues, secretamente esta noche. la sacará de casa, y la dejaré ir en paz adonde
quiera.
8. Entonces, llamó a María, y le dijo: Todo lo que me has expuesto, verdadero o falso,
lo he escuchado , lo he creído. No te haré ningún mal, pero esta noche te sacará de
casa y te despediré, para que vayas adonde quieras. María, que tal oyó, se deshizo en
lágrimas. José salió tristemente de su casa, se fue de allí sin rumbc fijo, y, habiéndose
sentado, lloraba y se golpeaba el pecho.
9. Y María, prosternando la faz contra el suelo, habló en esta guisa: ¡Dios de mis
padres, Dios de Israel mira, en tu misericordia, los tormentos de tu siervo y la
desolación de mi alma! No me entregues, Señor, a la vergüenza y a las calumnias del
vulgo. Puesto que sabes que el corazón de los hombres es incrédulo, manifiesta tu
nombre ante todos, a fin de que confiesen que tú solo eres el Señor Dios, y que tu
nombre ha sido pronunciad sobre nosotros por ti mismo. Y, esto dicho, María derramó
copiosas lágrimas ante el Señor. Y, en el mismo instante, un ángel le dirigió la palabra,
diciendo: No temas porque he aquí que yo estoy contigo para salvarte di todas tus
tribulaciones. Sé valerosa, y regocíjate. Y, habiendo hablado así, el ángel la abandonó.
Y María, levantándose, dio gracias al Señor.
10. A la caída de la tarde, José volvió en silencio su casa. Y sentándose, y poniendo los
ojos en María, la vio muy alegre y con los rasgos de su rostro dilatados Y José le dijo:
Hija mía, por hallarte a punto de separarte de mí, e ir adonde quieras, me parece
hallarte excesivamente regocijada y con el semblante demasiado se reno y jubiloso. Y
María repuso: No es eso, sino qui doy gracias a Dios en todo tiempo, porque posee el
poder de realizar cuanto se le pide, y porque el Señor mismo, que escruta las
conciencias y las almas, tiene la voluntad y el designio de manifestar, ante todos y ante
cada uno en particular, las acciones de los hombres.
11. Y, dichas estas palabras, María calló. Y José continuó presa de la tristeza desde el
anochecido hasta la madrugada, y no comió, ni bebió. Y, como se hubiese dormido, el
ángel del Señor se mostró a él en una visión nocturna, y le dijo: José, hijo de David, no
temas conservar bajo tutela a María tu esposa, porque lo que ella ha concebido del
Espíritu Santo es. Y traerá al mundo un hijo, y llamarás su nombre Jesús. Y José
despertó, y, levantándose, se puso en oración, y habló de esta suerte: Dios de mis
padres, Dios de Israel, te doy gracias, Señor, y glorifico tu nombre santo, oh tú, que
has atendido a la voz de mis súplicas, y que no me has abandonado en el tiempo de mi
vejez, antes al contrario, me has hecho esperar consuelo y salud, has disipado de mi
corazón el duelo y la pena, y has guardado a la Santa Virgen pura de toda mancilla
terrestre, para que, desde esta noche, parezca a mis ojos radiante como la luz. Y,
después de así expresarse, José se sintió lleno de regocijo, y alabó al Creador del
universo.
De cómo María demostró su virginidad y la castidad de José.
Se los somete a ambos a la prueba del agua
VII 1. Cuando el primer resplandor del alba iluminó las tinieblas, José volvió a
despertarse, llamó a María, se inclinó ante ella, y le pidió perdón, diciendo: Has sido
sincera, querida esposa, y con razón se te llama Sublime. Yo he pecado contra el Señor
mi Dios, porque frecuentemente he sospechado de tu virginidad sagrada, y no he
comprendido antes lo que encerraban las palabras que me decías. Y, en tanto que José,
abandonándose a sus reflexiones, hablaba de ese modo, y se absorbía en sus
pensamientos, he aquí que sobrevino un escriba llamado Anás, varón piadoso y fiel,
adherido al servicio del templo del Señor. Cuando entró en la casa, José se adelantó a
recibirlo, se abrazaron ambos, y tomaron asiento. Y el escriba Anás preguntó: ¿Has
vuelto felizmente de tu viaje, padre venerado? ¿Cómo te ha ido en tu marcha y en tu
regreso? Y José repuso: Muy dichoso soy al verte aquí, escriba y servidor de Dios. Y
el escriba dijo: ¿Cuándo has llegado, hombre venerable, viejo agradable al Señor? José
dijo: Llegué ayer, pero estaba fatigado en extremo, y no pude asistir a la ceremonia de
la plegaria. El escriba dijo: Los sacerdotes y todo el pueblo esperaron algún tiempo tu
llegada, porque bien sabes cuán considerado eres entre los hijos de Israel. José dijo:
Bendígalos Dios ahora y siempre.
2. Y, cruzadas estas palabras, se sentaron a la mesa, comieron, bebieron, se
regocijaron, y alabaron a Dios. Pero, en aquel momento, el escriba Anás detuvo sus
ojos en la Virgen María, y vio que estaba encinta. Se calló, sin embargo, y fue en
busca de los sacerdotes, a quienes dijo: Este José, que suponéis es el tipo del perfecto
justo, ha cometido una grave iniquidad. Los sacerdotes dijeron: ¿Qué obra inicua has
observado en él? El escriba dijo: La Virgen María, que sacó del templo y a quien le
habíais ordenado que santamente guardase, está violada hoy día, sin haber recibido
regularmente la corona de bendición. Los sacerdotes dijeron: José no ha hecho eso, por
que es un varón muy cabal e incapaz de faltar a su promesa, y de conculcar las reglas
de la justicia. El escriba opuso: Yo lo he visto con mis propios ojos. ¿Por qué no creéis
lo que os digo? Y el Gran Sacerdote repuso: No levantes falso testimonio, porque se te
imputará comc un pecado. Y el escriba replicó: Si mi testimonio es falso, declararé
ante Dios y ante todo el pueblo que soy digno de muerte. Y, si no das crédito a mi
palabra, ordena a alguien que vaya a mirar atentamente a la Virgen María, y quedarás
informado a placer y satisfacción.
3. Entonces Zacarías, el Gran Sacerdote, mandó unos conserjes del templo del Señor,
que citasen a Jose delante de todo el pueblo. Y, cuando los conserjes llega ron a la casa
encontraron que la Virgen María estaba encinta, y volvieron al templo, testificando
que el escriba Anás llevaba razón. Y los príncipes de los sacerdotes enviaron a buscar
a José y a María, para que compareciesen ante su tribunal. Y, cuando llegaron, en
medio de una gran afluencia del pueblo, el Gran Sacerdote preguntó a María: ¿Qué
acción ilegítima has llevado a cabo, hija mía, tú, que has sido educada en el Santo de
los Santos, y que, por tres veces has oído los cantos de los ángeles? ¿Cómo es posible
que hayas perdido tu virginidad, y olvidado al Señor tu Dios? Y María bajó
silenciosamente la cabeza, se prosternó humildemente ante los sacerdotes y ante todo
el pueblo, y respondió llorando: Juro por Dios vivo y por la santidad de su nombre,
que permanezco pura, y que no he conocido varón. Y Zacarías la interrogó
proféticamente: ¿Serás la madre del Mesías? Pero ¿cómo creer en tus palabras?
Auguras no haber conocido varón, y, sin embargo, estás encinta. ¿De dónde, pues,
procede tu embarazo? María dijo: Lo ignoro.
4. Entonces Zacarías ordenó que se le llevase a José, y, cuando lo tuvo delante, le
preguntó: ¿Qué has hecho, José? ¿Cómo has podido cometer, entre los hijos de Israel,
esa falta que te deshonrará entre numerosas tribus? Y José repuso: No sé lo que
quieres decir. Mas no me condenes a la ligera y sin testimonio, porque te harás
culpable de ello. El Gran Sacerdote dijo: No te condeno sin motivo y con inhibición de
tu inocencia, sino con razón. Devuélveme virgen a la santa y pura María, que has
recibido del templo. Donde no, reo eres de muerte. José concedió: No te lo niego, pero
juro por la vida del Señor Dios de Israel, que no sé nada de lo que me dices. El Gran
Sacerdote opuso: No mientas, y respóndeme con lealtad. ¿Te has arrogado el derecho
del matrimonio? ¿Has despreciado la ley del Señor, sin declararlo a los hijos de Israel,
ni doblar tu cabeza ante la poderosa mano de Dios, a fin de que tu descendencia sea
bendita, en la tierra entera? José respondió: Te.lo dije ya, y te lo repito ahora, en la
esperanza de que me creas. Tú mismo sabes perfectamente que jamás me he apartado
de los mandamientos de Dios, y que jamás he sido enemigo de nadie. Y el Señor
mismo podría atestiguar que nunca he conocido otra mujer que mi primera y legítima
esposa. Sois vosotros, sacerdotes y pueblo, quienes, ligándoos contra mí, me habéis
persuadido a mi pesar, a fuerza de instancias y de lisonjas, y yo, por respeto a vosotros
y a Dios, me sometí a vuestras órdenes, en lo tocante a la tutela de María. E hice todo
lo que convenía, conforme a lo que habíais imaginado imponerme, llevando a esta
doncella a mi casa, proveyendo a todas sus necesidades materiales, recomendándole
ser prudente, y conservarse en la santidad hasta mi regreso. Yo me puse en camino, y
me consagré en Bethlehem a los trabajos de mi profesión, hasta concluir lo que tenía
que hacer. Cuando ayer volví, todo el mundo pudo enterarse de las circunstancias de
mi llegada. Y, de la virgen, nada he visto, ni nada sé, sino que está encinta.
5. Cuando la multitud del pueblo oyó esto, exclamó: Este viejo es justo y leal. Y el
Gran Sacerdote expuso: Admito de buen grado lo que dices. Pero esta joven no era
más que una niña, huérfana de padre y madre. Tú, en cambio, eras viejo, y he aquí por
qué te hemos confiado la custodia de su virginidad, para que permaneciese intacta e
inmaculada, hasta el momento en que recibieseis ambos la corona de bendición. Y
José dijo: Sin duda, pero yo no tenía idea alguna de lo que iba a suceder. Por lo demás,
el Señor manifestará, de la manera que quiera, la injusticia de que he sido víctima. Y,
esto hablado, José se encerró en el silencio.
6. El Gran Sacerdote dijo: Beberéis el agua de prueba, y el Señor revelará vuestro
delito, si sois culpables. Entonces Zacarías, tomando el agua de prueba, llamó a José a
su presencia y le dijo: ¡Oh hombre, piensa en tu ancianidad canosa! Contempla este
veneno de vida y de muerte, y no te lances con voluntaria e insensata temeridad a la
perdición. Y José dijo: Por la vida del Señor y por la santidad de su nombre, juro no
tener conciencia de falta alguna. Pero, si el Señor quiere condenarme, a pesar de mi
inocencia, cúmplase su voluntad. Y el Gran Sacerdote dio a beber el agua a José, y
luego le ordenó que fuese y volviese rápidamente. Y José fue y volvió corriendo, y
bajó indemne, sin deshonra, y sin que su persona hubiese sufrido ningún daño. Y,
cuando vieron que no había sido atacado por la muerte, todos se llenaron de un vivo
temor.
7. En seguida, el Gran Sacerdote mandó que se llamase a María a su presencia. Cuando
hubo llegado, Zacarías, tomando el agua de la prueba, dijo: Hija mía, considera tu
corta edad, y acuérdate del tiempo pasado, en que has sido sustentada y educada en el
templo. Ten piedad de ti misma, y, si eres inocente, sálvate de la muerte, y no te
advendrá ningún mal. Pero, si quieres tentar con engaño al Dios vivo, Él te confundirá
públicamente, y tu fin será desastroso. María repuso llorando: Mi conciencia no me
acusa de ninguna culpa, y mi virginidad permanece santa, inviolada y sin la menor
mancilla. Si el Señor me condena, a pesar de mi inocencia, cúmplase su voluntad.
8. Y el Gran Sacerdote dio a beber el agua a María y luego le ordenó que fuese y
volviese rápidamente. Ella partió, se alejó, descendió (de la montaña) y regresó intacta
y sin mácula alguna. Viendo lo cual la multitud, poseída de admiración, quedó
estupefacta, y dijo: Bendito sea el señor Dios de Israel, que hace justicia a los que son
puros e inocentes. Porque han salido indemnes de la prueba, y en ellos no ha aparecido
ninguna obra culpable. Entonces el Gran Sacerdote hizo que compareciesen ante él
José y María, y les dijo: Bien se os alcanza que era preciso responder de vosotros ante
Dios. Lo que la ley nos ordena hacer, lo hemos hecho. El Señor no ha manifestado
vuestro pecado, y yo tampoco os condeno. Id en paz.
9. Y, después de haberse prosternado ante los sacerdotes y ante todo el pueblo, José y
María volvieron a su casa y allí discretamente se ocultaron, sin mostrarse a nadie. Y en
su casa permanecieron hasta el término del embarazo de María. Y, cuando ésta sintió
que se aproximaban los dolores del parto, José tuvo miedo, y se dijo: ¿Qué haré con
ella, de modo que persona alguna sepa, para confusión nuestra, lo que va a ocurrir? Y
advirtió a su esposa: No conviene que quedemos en esta licalidad. Vamos a un país
lejano, donde nadie nos conozca. Porque, si permanecemos aquí, los que se enteren de
que has sido madre, lanzarán sobre nosotros el ridículo y el escarnio. Y María dijo:
Haz lo que gustes.

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