11. Los magos dijeron: Nuestro testimonio no proviene de hombre alguno. Es una orden divina concerniente a un designio que el Señor ha prometido cumplir en favor
de los hijos de los hombres, y que se ha conservado entre nosotros hasta el día.
Herodes dijo: ¿Dónde está ese libro, que vuestro pueblo posee con exclusión de todo
otro? Los magos dijeron: Ningún Otro pueblo lo conoce, ni de oídas, ni por su propia
inteligencia, y sólo nuestro pueble posee de él un testimonio escrito. Porque, cuando
Adán hubo abandonado al Paraíso, y cuando Caín hubo matado a Abel, el Señor
concedió a nuestro primer padre el nacimiento de Seth, el hijo de consolación, y, con
él, aquella carta escrita, firmada y sellada por el dedo del mismo Dios. Seth la recibió
de su padre, y la dio a sus hijos. Sus hijos la dieron a sus hijos, de generación en
generación. Y, hasta Noé, recibieron la orden de guardar cuidadosamente dicha carta.
Noé se la dio a su hijo Sem, y los hijos de éste la transmitieron a los suyos. Y éstos, a
su vez, la dieron a Abraham. Y Abraham la dio a Melquisedec, rey de Salem y
sacerdote del Dios Alto, por cuya vía nuestro pueblo la recibió, en tiempo de Ciro,
monarca de Persia, y nuestros padres la depositaron con grande honra en un salón
especial. Finalmente, la carta llegó hasta nosotros. Y nosotros, poseedores de ese
testimonio escrito, conocimos de antemano al nuevo monarca, hijo del rey de Israel.
12. Al escuchar esto, llenóse de rabia el corazón de Herodes, que dijo: Mostradme esos
signos escritos, que poseéis. Los magos dijeron: Lo que hemos prometido remitir a su
dirección, y cumplir en su nombre, no podemos abrirlo, ni mostrarlo a nadie. Entonces
Herodes ordenó que se detuviese a los magos a viva fuerza. Empero, de súbito, el
palacio, en que residían multitud de gentes, fue sacudido por espantosa conmoción.
Las columnas se abatieron por cuatro lados, y todo el cimiento del palacio se desfondó
con gran ruina. Una muchedumbre numerosa que se encontraba fuera, huyó de allí,
aterrada, y los que estaban en el interior del edificio, grandes y pequeños, quedaron
muertos en número de setenta y dos. A cuya vista, todos los que habían venido a aquel
lugar, cayeron a los pies de Herodes, y le suplicaron, diciendo: Déjalos proseguir
tranquilamente su camino. Y su hijo Arquelao se puso también de hinojos ante su
padre, y le dirigió el mismo ruego.
13. El impío Herodes consintió en el deseo de su hijo, y despidió a los magos,
preguntándoles en tono de amistad: ¿Qué deseáis que haga por vosotros? Y los magos
contestaron: No tenemos otra demanda que hacerte sino ésta: ¿Qué hay escrito en
vuestra ley? ¿Qué leéis en ella? Y Herodes repuso: ¿Qué queréis decir? Y los magos
interrogaron: ¿Dónde va a nacer el Cristo, rey de los judíos? Y, oyendo esto, Herodes
se turbó, y toda Jerusalén con él. Y, convocados todos los príncipes de los sacerdotes y
los escribas del pueblo, les preguntó: ¿Dónde ha de nacer el Cristo? Y ellos le dijeron:
En Bethlehem de Judea, ciudad de David. Y Herodes dijo a los magos: Andad allá, y
preguntad con diligencia por el niño, y, después que hallarais, hacédmelo saber, para
que yo también vaya, y lo adore. Mas el tirano impío hablaba de esta suerte, para hacer
pasar el niño a cuchillo, por medio de aquella información sorprendida pérfidamente.
14. Y los magos, levantándose en seguida, se prosternaron ante Herodes y ante toda la
ciudad de Jerusalén, y continuaron su ruta. Y he aquí la estrella, que habían visto
antes, iba delante de ellos, hasta que, llegando, se puso sobre donde estaba el niño
Jesús. Y, regocijándose con muy grande gozo, bajaron cada cual de su montura, e
inmediatamente, hicieron resonar sus bocinas, sus pífanos, sus tamboriles, sus arpas y
todos sus demás instrumentos de música, en honor del recién nacido, hijo del rey de
Israel. Reyes, príncipes y toda la multitud de la comitiva, entonando un canto,
empezaron a bailar y, a plena voz, con alegría, con reconocimiento, con corazón
jubiloso, bendecían y alababan a Dios, por haberlos considerado dignos de llegar a
tiempo a Bethlehem, para contemplar la gloria del gran día, ilustrado por el misterio
que ante ellos se mostraba.
15. Al ver todo aquel aparato, y al oír todo aquel estruendo, José y María, confusos y
medrosos, huyeron de allí, y el niño Jesús quedó solo en la caverna, acostado en el
pesebre de los animales. Mas los príncipes y los grandes señores de los reyes magos,
detuvieron a José, y le dijeron: Viejo, ¿qué temor es el tuyo, y por qué haces esto?
Nosotros, en verdad, también somos hombres semejantes a vosotros. José repuso: ¿De
dónde llegáis a esta hora, y qué pretendéis, al venir aquí con tan numeroso ejército?
Los magos replicaron: Llegamos de una tierra lejana, nuestra patria Persia, y venimos
con gran copia de presentes y de ofrendas. Queremos conocer al niño recién nacido,
que es el rey de los judíos, y adorarlo. Si por acaso lo sabes a ciencia cierta, indícanos
puntualmente el lugar en que se halla, a fin de que vayamos a verlo. Al oír esto, María
entró con júbilo en la caverna, y, alzando al niño en sus brazos, sintió el corazón lleno
de alegría. Y luego, bendiciendo y alabando y glorificando a Dios, permaneció sentada
en silencio.
16. Por segunda vez los magos interrogaron a José en esta guisa: Venerable anciano,
infórmanos con exactitud, manifestándonos dónde se encuentra el niño recién nacido.
José, con el dedo, les mostró de lejos la caverna. Y María dio de mamar a su hijo, y
volvió a ponerlo en el pesebre del establo. Y los magos llegaron gozosos a la entrada
de la caverna. Y, divisando al niño en el pesebre de los animales, se prosternaron ante
él, con la faz contra la tierra, reyes, príncipes, grandes señores, y todo el resto de la
multitud que componía su numeroso ejército. Y cada uno aportaba sus presentes, y los
ofrecía.
17. En primer término se adelantó Gaspar, rey de la India, llevando nardo, cinamomo,
canela, incienso y otras esencias olorosas y aromáticas, que esparcieron un perfume de
inmortalidad en la gruta. Después Baltasar, rey de la Arabia, abriendo el cofre de sus
opulentos tesoros, sacó de él, para ofrendárselos al niño, oro, plata, piedras preciosas,
perlas finas y zafiros de gran precio. A su vez, Melkon, rey de la Persia, presentó
mirra, áloa, muselina, púrpura y cintas de lino.
18. Y, no bien hubieron ofrecido cada uno sus presentes, en honor del hijo real de
Israel, los magos salieron de la gruta, y, reuniéndose los tres fuera de ella, iniciaron
mutua consulta entre sí. Y exclamaron: ¡Asombroso es lo que acabamos de ver en tan
pobre reducto, desprovisto de todo! Ni casa, ni lecho, ni habitación, sino una caverna
lóbrega, desierta e inhabitada, en que estas gentes no tienen ni aun lo necesario çara
procurarse abrigo. ¿De qué nos ha servido venir de tan lejos para conocerlo?
Franqueémonos los unos con los otros en recíproca sinceridad. ¿Qué signo maravilloso
hemos contemplado aquí, y qué prodigio nos ha aparecido a cada uno? Los hermanos
se dijeron a una: Sí, lleváis razón. Contémonos nuestra visión respectiva. Y
preguntaron a Gaspar, rey de la India: Cuando le ofreciste el incienso, ¿qué apariencia
reconociste en él?
19. Y el rey Gaspar contestó: Reconocí en él al hijo de Dios encarnado, sentado en un
trono de gloria, y a las legiones de los ángeles incorporales, que formaban su cortejo.
Ellos dijeron: Está bien. Y preguntaron a Baltasar, rey de la Arabia: Cuando le
aportaste tus tesoros, ¿bajo qué aspecto se te presentó el niño? Y Baltasar contestó: Se
me presentó a modo de un hijo de rey, rodeado de un ejército numeroso, que lo
adoraba de rodillas. Ellos dijeron: La visión es muy propia. Y Melkon, sometido a la
misma interrogación que sus hermanos, expuso: Yo lo vi como hijo del hombre, como
un ser de carne y hueso, y también le vi muerto corporalmente entre suplicios, y más
tarde levantándose vivo del sepulcro. Al escuchar tales confidencias, los reyes, llenos
de estupor, se dijeron con pasmo: Nuevo prodigio es el que estas tres visiones
sugieren. Porque nuestros testimonios no concuerdan entre sí, y, sin embargo, nos es
imposible negar un hecho patentizado por nuestros propios ojos.
20. Y por la mañana, muy temprano, los reyes se levantaron, y se dijeron los unos a los
otros: Vamos juntos a la caverna, y veamos si algún otro signo se nos manifiesta claro.
Y Gaspar entró en la gruta, y vio al niño en el pesebre del establo. E, inclinándose, se
prosternó, y tuvo la segunda visión, la de Baltasar, a quien se le mostró el niño a
manera de un monarca terrestre. Y, cuando salió, relató el caso a los otros en estos
términos: No he tenido mi primera visión, sino la tuya, Baltasar, la que tú nos has
referido. Y Baltasar entró a su vez, y halló al niño en el regazo de su madre. E,
inclinándose, se prosternó ante él, y tampoco tuvo su visión del día anterior, en que el
niño se le apareciera como hijo de rey, sino como hijo del hombre, con su carne
muerta entre tormentos, y después resucitado y vuelto a la vida. Y fue a comunicar
esto a los otros hermanos, diciéndoles: No he renovado mi primera visión, sino
contemplado la de Melkon, tal como él nos la ha contado. Entonces entró Melkon, y
encontró al Cristo sentado sobre un trono sublime. E, inclinándose, se prosternó ante
él, y no lo vio ya como lo había visto la primera vez, muerto y vuelto a la vida, sino
conforme lo viera Gaspar, como Dios hecho carne y nacido de la Virgen. Lleno de
gozo, Melkon fue, presuroso, a prevenir a los otros hermanos, diciéndoles: No he
tenido mi primera visión, sino la de Gaspar, pues vi a Dios, sentado sobre un trono de
gloria.
21. Luego de haber visto todas estas cosas, los reyes se congregaron nuevamente en
consulta. Y cambiaron impresiones sobre la visión que cada uno había percibido y
comprendido. Y se dijeron: Retirémonos ahora a nuestro albergue. Mañana, muy
temprano, volveremos por tercera vez a la gruta, y nos aseguraremos de modo positivo
y definitivo si está realmente allí el que el Señor nos ha mostrado. Y, habiendo
regresado a su tienda, permanecieron alegres en ella, hasta que despuntó el día. Y,
levantándose, llegaron a la abertura de la caverna, en la cual penetraron uno a uno. Y
miraron y reconocieron al niño, y tuvieron de él la misma visión que habían tenido la
primera vez. Y, transportados de júbilo, se contaron los unos a los otros lo que habían
comprobado, y fueron a anunciarlo a todo su ejército en estos términos: En verdad, ese
niño es efectivamente Dios e hijo de Dios, que se ha mostrado a cada uno de nosotros
bajo una apariencia exterior en relación con los dones que respectivamente le hemos
ofrecido. Y ha recibido con dulzura y con bondad nuestro saludo y el homenaje de
nuestros presentes. Y todos, reyes, príncipes, grandes señores y toda la multitud del
numeroso ejército que se encontraba allí, tuvieron fe en el niño Jesús.
22. Y de nuevo el rey Melkon tomó el libro del Testamento, que guardaba en su casa
como herencia de los primeros antepasados, según ya advertimos, y se lo presentó al
niño, diciéndole: He aquí tu carta, que a nuestros ascendientes entregaste en custodia,
firmada y sellada por ti. Toma este documento auténtico que has escrito, ábrelo y
léelo, porque el quirógrafo está a tu nombre. Y el documento era aquel cuyo texto
permanecía oculto bajo pliego, y que los magos no se habían atrevido a abrir, y menos
aún a dar a los judíos y a sus sacerdotes, por cuanto éstos no eran dignos de llegar a ser
hijos del reino de Dios, destinados como estaban a renegar del Salvador, y a
crucificarlo.
23. Dicho documento había sido regalado por Dios a Adán, del cual, después de su
expulsión del Paraíso, se había apoderado un gran dolor, a raíz del homicidio
perpetrado por Caín en la persona de su hermano Abel. Mas, cuando hubo visto al
primero castigado por Dios, y a él mismo arrojado del edén glorioso por su
desobediencia, se encontró también atormentado en sus hijos, por la aflicción del
espectáculo de Abel muerto y Caín condenado a siete penas. Adán más entristecido
todavía y sumido en un duelo más profundo, no mantuvo ya relaciones conyugales con
Eva. Y, al cabo de doscientos cuarenta años de haber salido del Paraíso, Dios, en su
misericordia, le envió un ángel, y le ordenó que entrase a Eva. E hizo nacer a Seth,
nombre que significa hijo de la consolación. Y, por haber querido Adán hacerse Dios,
éste resolvió hacerse hombre, en el exceso de su piedad y de su amor a nuestra
desdichada especie. Y prometió a nuestro primer padre que, conforme a su plegaria,
escribiría y sellaría con su propio dedo un pergamino en letras de oro, que llevaría la
siguiente portada: En el año seis mil, el día sexto de la semana, el mismo en que te
creé, y a la hora sexta, enviaré a mi hijo único, el Verbo divino, que tomará carne en tu
raza, y que se convertirá en hijo del hombre, y que te restablecerá de nuevo en tu
dignidad original, por los supremos tormentos de su cruz. Y entonces tú, Adán, unido
a mí con un alma pura y un cuerpo inmortal, quedarás deificado, y podrás, como yo,
discernir el bien y el mal.
24. Y este documento, que Adán dio a Seth, Seth a Enoch, Enoch a sus hijos, y que de
tal suerte pasó de unos descendientes a otros, hasta Noé; que Noé dio a Sem, Sem a
sus hijos, y sus hijos a sus hijos hasta Abraham; que Abraham dio Melquisedec el
pontífice; que Melquisedec dio a otro, y éstos a otros todavía, hasta que llegó a manos
de Ciro, quien lo guardó cuidadosamente en un salón especial, donde se conservó
hasta el tiempo de la natividad del Cristo: ese documento era el mismo que los magos
ofrecieron al niño Jesús. Y, como los reyes y todo su acompañamiento hubiesen
cumplido sus votos y sus plegarias, después de tres días de permanencia en la gruta,
deliberaron entre sí, y se dijeron: No hay que olvidar lo prometido. Vamos por última
vez a la caverna, para adorar al niño, y después reanudaremos nuestro viaje en paz. Y,
de común acuerdo, entraron en el establo, y de nuevo tuvieron exactamente sus
visiones respectivas. Y, conmovidos por gran temor, se prosternaron ante el recién
nacido, y rindieron testimonio de fe en él, diciéndole: Eres Dios e hijo de Dios. Y,
salidos de la gruta, continuaron en sus alrededores el día entero hasta el siguiente. Y,
con júbilo y alegría, bendecían y alababan a Dios.
25. Y, por la mañana, al despuntar la aurora, el día primero de la semana, el 25 de
tébéth y de enero el 12, se dispusieron a partir para su país. Y, cuando deliberaban
sobre si volverían a entrevistarse con Herodes, he aquí que una voz les habló,
diciendo: No tornéis a Herodes, el tirano impío, porque quiere matar a ese tierno
infante. Y, habiendo oído esto, los magos renunciaron a pasar por la ciudad de
Jerusalén, y regresaron a su tierra por otro camino. Y, glorificando al Cristo, Dios del
universo, marcharon a su patria, poseídos de gozo y siguiendo la ruta por donde el
Señor los conducía.
De cómo José y María circuncidaron a Jesús, y lo llevaron al templo de Jerusalén
con presentes
XII 1. Después de todos los acontecimientos ocurridos, José y su esposa
permanecieron secretamente en la caverna, teniéndolo oculto, para que persona alguna
supiese nada. Y, tomando todos los tesoros aportados por los magos, José los escondió
cuidadosamente en la gruta. Y, siempre a hurto de la gente, salía y circulaba a diario
por la villa, por la aldea y por la campiña. Las necesidades materiales de todos estaban
provistas y nadie los inquietaba, ni los amenazaba, por voluntad de Dios, pues, aunque
de Bethlehem a la ciudad de Jerusalén, apenas hay doce millas, todo el territorio de las
inmediaciones está desierto e inhabitado. Y, cada vez que José iba a algún menester a
cualquier lugar, dejaba de guardián, al servicio de María, a su hijo menor, que lo había
seguido a Bethlehem.
2. Y, cuando el niño tuvo ocho días de edad, José dijo a María: ¿Cómo obraremos con
esta criatura, puesto que la ley ordena hacer la circuncisión a los ocho días del
nacimiento? Y María le dijo: Procede como te plazca en este asunto. Y José marchó
con sigilo a Jerusalén, y trajo de allí un hombre sabio, misericordioso y temeroso del
Señor, que se llamaba Joel, y que conocía a fondo las leyes divinas. Y llegó a la gruta,
donde encontró al niño. Y, al aplicarle el cuchillo no resultó de ello ningún corte en el
cuerpo de aquél. Ante este prodigio, quedó estupefacto, y exclamó: He aquí que la
sangre de este niño ha corrido sin incisión alguna. Y recibió el nombre de Jesús, que le
había sido impuesto de antemano por el ángel.
3. Y la sagrada familia continuó en la gruta. Y el niño Jesús crecía y progresaba en
gracia y en sabiduría. Y, hasta los cuarenta días, los esposos siguieron ocultándolo,
para que nadie lo viese.
4. Y, cuando Herodes vio que los magos habían regresado a su país sin visitarlo, se
hizo la reflexión siguiente: Si los magos que aquí llegaron no han vuelto es que son
traficantes familiares de los reyes. Por eso, no quisieron descubrirme sus secretos.
Mas, temiendo que les exigiese rescate, se me escaparon falazmente y con falsos
pretextos, para que yo no los perjudicase. Y, habiendo hablado así, Herodes abandonó
la ciudad de Jerusalén, y fue a residir temporalmente a Achaía. Por el momento, no
pensó más en su proyecto de buscar al niño Jesús, para hacerle una mala partida. Y,
como los sacerdotes y el pueblo tampoco prosiguiesen el asunto, éste cayó en el
olvido.
5. Y José, tomando en secreto a María y a Jesús, con numerosos dones y ofrendas
provenientes de la liberalidad de los magos, subió a la ciudad de Jerusalén. Y, después
de haber presentado el niño Jesús a los sacerdotes, ofrecieron al templo, según el uso
consagrado, un par de tórtolas, o dos palominos. Y el viejo Simeón, habiendo tomado
y recibido al Mesías en sus brazos, pidió al Señor que lo despidiese en paz, antes que
su alma quedase en libertad de volver a Él. Y, poseído de espíritu profético, Simeón
dijo de Jesús: He aquí que es puesto para caída y para levantamiento de muchos en
Israel.
6. Y, después de haber rendido el tributo de sus presentes y de sus sacrificios, José
volvió, con María y con Jesús, a Bethlehem. Recogidos en la gruta, permanecieron allí
largos días, hasta el año nuevo, sin aparecer en público, por miedo al impío rey
Herodes. Y, a los nueve meses, Jesús dejó espontáneamente de amamantarse en los
pechos de su madre. Y, al notario ésta y José, se admiraron en gran manera, y se
preguntaron el uno al otro: ¿Cómo es que no come, ni bebe, ni duerme, sino que está
siempre alerta y despierto? Y no podían comprender el imperio de voluntad que ejercía
sobre sí mismo.