De la cólera de Herodes, y de cómo degolló a los niños de Bethlehem
XIII 1. Y continuaron los tres viviendo hasta el comienzo de otro año en Bethlehem,
cuando un hombre impío de esta localidad, llamado Begor o Fegor, fue a prevenir al
perverso rey Herodes, y le hizo el siguiente relato: Los magos que enviaste a
Bethlehem, y a quienes ordenaste que pasasen a verte antes de abandonar Judea, no
han vuelto, sino que, habiendo ido allá abajo, y habiendo encontrado a un niño recién
nacido, del que se decía que era hijo de rey, le han ofrecido profusión de presentes que
consigo llevaban, y han regresado a su tierra por otro camino.
2. Al saber que había sido engañado por los magos, Herodes convocó a los príncipes y
a los grandes señores de su reino, y les dijo: ¿Qué hacer? Esos hombres, después de
habernos burlado y escarnecido pérfidamente, han huido, y se nos han escapado. ¿Qué
ha sido de ese niño, y en qué retiro tan oculto se esconde de mí, que nadie lo ha visto
hasta ahora? Ea, pues, mandemos soldados a Bethlehem, para que lo busquen, lo
capturen, y maten a su padre y a su madre.
3. Mas los príncipes dijeron: ¡Oh rey, escúchanos! Bethlehem es una ciudad en ruinas,
y los hechos que conciernen a ese niño, largos días ha que pasaron, por lo cual es casi
seguro que no esté ya en ese sitio, y que haya huido a un país lejano. Y los príncipes,
que no se cuidaron más del asunto, y que no lo revelaron a nadie, hablaron así por
disposición divina del Espíritu Santo, dado que Jesús y los suyos habitaban allí
todavía.
4. Y el malvado impío, en la rabia de su corazón no sabía qué determinación tomar. Y
los príncipes dijeron: ¡Oh rey, no te aflijas de ese modo, ni dejes que tu alma se turbe
por el arrebato! Manda todo lo que quieras y te obedeceremos. El rey repuso: Sí, yo sé
cómo he de obrar. Cuanto a vosotros, básteos estar prestos a cumplir mis órdenes. Y
convocó a los comandantes del ejército y a los jefes de los distritos, y los envió por
toda la estensión de su reino, para buscar a Jesús. Pero el resultado fue infructuoso y, a
su retorno, manifestaron al rey: Hemos recorrido todos los cantones de Judea, y no lo
hemos encontrado. En vista de ello, Herodes mandó a diez y ocho ci-harcas de sus
tropas que recorriesen todo el territorio sometido a su dominio, y les dio la consigna
siguiente: No tengáis piedad alguna de los niños pequeños, ni de las lamentaciones de
sus padres y de sus madres, y no os dejéis persuadir por gratificaciones fuertes, ni por
juramentos engañosos. Mas doquiera halléis niños menores de dos años, pasadlos a
cuchillo.
5. Entonces todos los comandantes del ejército se congregaron en torno suyo, con sus
espadas y con sus armas. Y, poniéndose en camino, circularon por todos los lugares, y
mataron a todos los niños que encontraron en ochenta y tres aldeas, en número de trece
mil sesenta. Y el tirano impío, al proceder de tal manera a causa de Jesús, esperaba que
éste hubiese quedado incluido entre las víctimas. Pero José y María, que supieron
todas esas cosas, y a quienes intimidó el temor al rey y a su ejército, tomaron al niño
Jesús, lo envolvieron en sus mantillas, y lo ocultaron en el pesebre de los animales.
Después, ganaron las ruinas de la ciudad, y se agazaparon allí en observación. Y nadie
los vio, porque los que los divisaban no les prestaban atención alguna, ni los miraban
siquiera.
De cómo Herodes mató, en el templo, a Zacarías, el Gran Sacerdote, a causa de su
hijo Juan
XIV 1. Mas el tirano impío, no encontrando medio de poner término total a su
sangrienta obra, hizo en seguida investigaciones cerca de Zacarías con respecto a Juan,
para saber si era su hijo único; y si estaba destinado a reinar sobre Israel. Envió, pues,
soldados para que les entregase a su pequeño Juan, y dijo Zacarías: Varias personas
me han informado que tu hijo está destinado a reinar sobre la tierra de Judea.
Muéstramelo, para que yo lo conozca. Al oír tal, Zacarías tuvo miedo del escelerato
impío, y repuso: Por la vida del Señor, no sé lo que hablas.
2. Y, cuando Isabel supo esto, tomó al pequeño Juan y se fue con él, fugitiva, a un
lugar desierto de la montaña, donde buscó sitio en que poner en seguridad al nino.
Después, casi sin aliento, lloraba con amargura, y derramaba sus lágrimas ante el
Señor, exclamando: Dios de mis padres, Dios de Israel, escucha la plegaria de tu
sierva. Trátame conforme a tu piedad y a tu benevolencia para con los hombres, y
arráncanos de las manos de Herodes y de la jauría rabiosa y criminal de sus ejércitos.
Abrase la tierra, y tráguenos a ambos, antes que mis ojos vean la muerte de mi hijo. Y,
apenas pronunciadas estas palabras, en el mismo instante, la montaña se abrió y le dio
acceso, y ocultó a Isabel y al pequeño Juan. Una nube luminosa los cubrió, y los
guardó sanos y salvos. Y un ángel del Señor, descendiendo a ellos, les sirvió de
defensa tutelar.
3. Pero Herodes envió por segunda vez a sus servidores a Zacarías, y le comunicó:
Dime dónde se oculta tu hijo y tráemelo, para que lo vea. Zacarías contestó: Yo me
hallo consagrado al servicio del templo. Mas, como mi casa no está aquí, sino en la
región montañosa de Galilea, ignoro qué se ha hecho de la madre y del niño. Y los
servidores volvieron con el recado de Zacarías. De nuevo Herodes remitió un mensaje
a sus generales, y les expuso: Id a manifestar esto a Zacarías: He aquí lo que dice el
rey de Israel: Has escondido tu hijo a mis miradas, y no has querido presentármelo
francamente, porque sé que ese niño ha de reinar en la casa de Israel. ¿Es que
pretendes evitarme, y escapar de mis requerimientos, con palabras evasivas y con
pretextos vanos? No será así en mis días. Si no me lo traes de buen grado, lo tomaré a
la fuerza, y perecerás con él.
4. Y Zacarías respondió: Por la vida del Señor, repito que no sé lo que le ha ocurrido a
mi esposa y a mi hijo. Y los servidores fueron a referir al rey las palabras del Gran
Sacerdote. Pero el tirano impío y lleno de toda especie de iniquidad mandó
nuevamente a sus comisionados, y conminó a Zacarías, diciéndole: Por tercera vez te
transmito mis órdenes. No has querido atenderlas y no te han amedrentado mis
amenazas. ¿Olvidas que tu sangre está en mi mano y que nadie te salvará, ni aun aquel
en quien esperas?
5. Y, como los comisionados llevasen la nueva amonestación a Zacarías, éste replicó:
Comprendo que queréis mi sangre, y que estáis decididos a verterla sin razón. Pero,
aunque hagáis perecer mi cuerpo con muerte cruel, el Señor, que me ha hecho y que
me ha creado, acogerá mi alma. Y ellos marcharon a repetir a Herodes lo que Zacarías
había dicho. Pero el impío, en la perversidad creciente de su corazón, no dio respuesta
alguna. Y, aquella misma noche, envió soldados, que se introdujeron furtivamente en
el templo y mataron a Zacarías cerca del altar, en el tabernáculo de la alianza. Y nadie,
ni de los sacerdotes, ni del pueblo, supo nada de lo ocurrido.
6. Pero, a la hora de la plegaria ritual, esperaron a que Zacarías hiciese acto de
presencia, como todos los días, y tratando de verlo, no lo encontraron. Y, cuando
apareció la aurora, en el momento de entregarse a aquella plegaria, los sacerdotes y el
pueblo se reunieron para saludarse mutuaniente, y se dijeron: ¿Qué ha sucedido al
Gran Sacerdote? ¿Dónde estará? Y, extrañados de su tardanza, pensaron: Sin duda reza
su oración privada, o bien ha tenido alguna visión en el templo.
7. Mas uno de los sacerdotes, llamado Felipe, entró audazmente en el Santo de los
Santos, y vio la sangre coagulada cerca del altar de Dios. Y he aquí que una voz
articulada salió del tabernáculo, diciendo: La sangre inocente ha sido vertida en vano,
y no se borrará de encima de los hijos de la casa de Israel, hasta que llegue el día de la
completa venganza. Cuando los sacerdotes y toda la multitud popular oyeron esto,
rasgaron sus vestiduras y, esparciendo ceniza sobre sus cabezas, exclamaron:
¡Desdichados de nosotros y de nuestros padres, condenados todos a este desastre y a
esta ignominia!
8. Y los sacerdotes, penetrando en el tabernáculo, vieron la sangre de Zacarías
coagulada, como una piedra, cerca del altar de Dios, mas no vieron su cuerpo. Y,
llenos de estupor, se dijeron los unos a los otros que su pérdida estaba consumada. Y
se preguntaban, atónitos: ¿Qué se ha hecho de su cuerpo, que no aparece por ninguna
parte? Y erraron por doquiera en su busca, y no hallaron rastro de él. Y cada cual
sospechaba entre sí que alguien había recogido furtivamente su cuerpo, y lo había
llevado a esconder en algún sitio oculto. Y, celebrando gran duelo en honor del Gran
Sacerdote muerto, los hijos de Israel lo lloraron durante treinta días e hicieron
pesquisiciones en muchos puntos, sin que lograsen encontrar el cuerpo. Y así tuvo
lugar el asesinato de Zacarías.
9. Después de lo acaecido, los sacerdotes y todo el pueblo deliberaron para constituir
un nuevo Pontífice en el templo santo. Y, dirigiendo sus plegarias al Señor Dios, le
pidieron que diese otro servidor al altar. Y echaron suertes, y la designación recayó
sobre el viejo Simeón, el cual fue Pontífice muy poco tiempo y murió confesando
fielmente al Cristo. Porque, desde la llegada del Salvador al templo hasta el momento
en que Simeón entregó el espíritu, éste vivió cuarenta días en total. Y a continuación
de todos aquellos acontecimientos, se estableció otro jefe en la casa de Israel.
De cómo el ángel significó a José que huyese a Egipto
XV 1. Y un ángel del Señor apareció a José, y le dijo: Levántate, y toma a Jesús y a su
madre, y huye a Egipto, porque Herodes busca al niño, para matarlo. Y, en efecto, no
faltó quien fuese a informar al rey acerca de Jesús, declarándole que aún vivía.
2. Y José, levantándose precipitadamente, tomó al niño y a María, y partió como
fugitivo para Ascogon, que se llamaba Ascalón, ciudad situada a orillas del mar, y de
allí para Hebron, donde residieron ocultos, durante medio año. Uno y tres meses tenía
Jesús, y ya andaba por sus pies. E iba con sus juguetes a echarse en el seno de su
madre, y ésta, en un transporte de ternura, lo levantaba en sus brazos, le prodigaba sus
caricias, y alababa a Dios, dándole gracias.
3. Pero, entonces, algunas personas de la ciudad fueron a prevenir a Herodes en estos
términos: El niño Jesús vive, y se encuentra actualmente en Hebron. Y Herodes
despachó un correo a los jefes de la ciudad, para ordenarles expresamente que se
apoderasen de Jesús con astucia, y lo matasen. Cuando José y María supieron esto, se
dispusieron a partir de Hebron e ir a Egipto Y, abandonando secretamente la ciudad
como fugitivos, prosiguieron su ruta. Y recorrieron etapas numerosas y, en los sitios
en que hacían alto, Jesús tomaba agua de las fuentes y les daba a beber. Finalmente,
entraron en tierra egipcia, por la llanura de Tanís, y se dirigieron a una ciudad, llamada
Polpai, donde habitaron seis meses. Y Jesús pasaba ya de los dos años.
4. Y, partidos de allí, llegaron, cerca de las fronteras de Egipto, a una ciudad que se
llama Cairo, y moraron en un gran castillo de la residencia real, edificio cubierto, en
un vasto espacio, por palacios y por fortalezas. Era un castillo magnífico, muy
elevado, adornado espléndidamente y decorado con gran variedad, que Alejandro de
Macedonia había levantado otrora, en los días de su mayor poder. Y allí
permanecieron cuatro meses, hasta el momento en que el niño Jesús alcanzó la edad de
dos años y cuatro meses.
5. Y Jesús salía al exterior, para pasearse con los niños y los párvulos, jugar con ellos y
mezclarse en sus conversaciones. Y los llevaba a los sitios altos del castillo, a las
lumbreras y a las ventanas, por donde pasaban los rayos del sol, y les preguntaba:
¿Quién de vosotros podría rodear con sus brazos un rayo de luz, y dejarse deslizar de
aquí abajo, sin hacerse el menor daño? Y Jesús dijo: Mirad todos y ved. Y, abrazando
los rayos del sol, formados por minúsculos polvillos, que, desde el amanecer, pasaban
por las ventanas, descendió hasta el suelo, sin sufrir mal alguno. Viendo lo cual, los
niños y las demás personas que estaban allí fueron a la ciudad a contar el prodigio
realizado por Jesús. Y los que oyeron el relato de tamaño espectáculo, se admiraron
con estupefacción. Mas José y María, al saberlo, tuvieron miedo y se alejaron de la
ciudad, a causa del niño, para que nadie lo conociese. Y salieron furtivamente por la
noche, llevando consigo a Jesús, y huyendo de aquellos lugares.
6. Y llegaron a la ciudad de Mesrin, donde se habíar congregado multitud de gentes, y
que era una poblaciór muy grande y rodeada de altos muros. En el barrio poi donde
penetraron en ella, se habían levantado estatuas mágicas. Cuando se pasaba por la
primera puerta, se veía a cada lado una estatua mágica, que los reyes y los filósofos
habían colocado en cada una de las puertas de la ciudad, para que suspendiese en
admiración a todos los que entraban y salían. Y cuantas veces el enemigo amenazaba
al país con un peligro o con un daño, todas aquellas estatuas lanzaban un mismo grito,
que resonaba en la ciudad entera. Y los que oían la voz de las numerosas estatuas
reconocían ese grito y comprendían que algo funesto iba a acontecer en el país. En la
primera puerta del muro, se encontraban emplazadas dos águilas de hierro, con garras
de cobre, un macho a la derecha, y otra hembra a la izquierda. En la segunda puerta, se
veían animales de presa tallados en arcilla y en tierra cocida, a un lado un oso, al otro
un león, y otras bestias feroces, representadas en piedra y en madera. En la tercera
puerta, había un caballo de cobre y, sobre él, la estatua en cobre de un rey, que tenía en
la mano un águila también de cobre.
7. Y, cuando Jesús franqueó la puerta, súbitamente todas las estatuas se pusieron a
vociferar con estrépito y a coro. Y todas las demás estatuas inanimadas de los falsos
dioses gritaban a porfía y los ídolos de los templos lanzaban alaridos, como si la
ciudad entera se quebrantase en sus cimientos y como si, en medio de terrores y de
espantos, la vida se hiciese imposible para los hombres. Y, en el mismo momento, en
tanto que las águilas daban grandes chillidos, el león rugía, el caballo relinchaba, y el
rey de cobre clamaba a gran voz: Escuchad, todos los que aquí estáis, y preveníos,
porque un monarca, hijo del gran rey, se acerca a nuestra ciudad con un ejército
numeroso.
8. Al oír esto, todo el pueblo, formado en batallones, corrió precipitadamente en armas
hacia la muralla. Y miraron a todos lados y no vieron cosa alguna. Y, puestos a
reflexionar, se dijeron con asombro: ¿Qué voz tan sonora es ésa que nos ha
interpelado? ¿Quién ha visto que un hijo de rey haya entrado en nuestra ciudad?
Entonces se diseminaron por todas partes, y no descubrieron nada, excepto que, en una
casa, encontraron a José, María y Jesús. Y detuvieron a José poniéndolo en la mitad de
la plaza pública, le preguntaron: ¿De qué nación eres, viejo, y de dónde has venido?
José respondió: Soy de la tierra de Judea, y vengo de la ciudad de Jerusalén. Y ellos
insistieron: Dinos la verdad. ¿Cuándo has llegado aquí?
9. José contestó: Hace tres días que he llegado. Y ellos interrogaron: Y, por la ruta que
has seguido, ¿no has visto un príncipe, hijo de rey que avanzaba contra este pais con
sus tropas? José repuso: No lo he visto. Ellos le dijeron: Pero ¿cómo has recorrido un
camino tan largo y desprovisto de agua? José dijo: Unas veces iba yo solo, y otras
seguía al niño y a su madre. Y la multitud le dijo: Comprendemos que eres un pobre
anciano extranjero y un hombre seguro y fidedigno. Solamente quisiéramos
informarnos, y saber lo cierto. No nos censures, porque hemos presenciado hoy un
prodigio, que nos ha dejado en el mayor estupor. Y, habiendo hablado así, despidieron
a José y se fueron.
10. Y sucedió que José, al llegar a otra ciudad de Egipto, se albergó cerca de un templo
idolátrico, consagrado a Apolo, y permaneció allí varios días. Y uno de ellos, Jesús
consideraba atentamente el palacio de los ídolos, que, por su altura y por su longitud,
era como una ciudad pequeña.Y Jesús dijo a su madre: Respóndeme sobre lo que voy
a preguntarte. María le dijo: Habla, hijo mío: ¿Qué quieres? Jesús dijo: ¿Qué es esta
construcción tan elevada y cuya extensión es tan considerable? María dijo: Es el
templo de los ídolos, dedicado al culto de los altares ilegítimos y a la imagen del falso
dios Apolo. Jesús dijo: Voy a ver qué aspecto presenta y a qué se parece. María dijo:
Si quieres ir a él, sé prudente, para que no te suceda ningún mal.
11. Y Jesús se dirigió por aquel lado y entró en el templo de los ídolos. Y lo miraba
todo en derredor y consideraba el esplendor del edificio, lleno de dibujos y de relieves
de una decoración variada. Y lo admiró mucho, y salió prontamente. De nuevo las
estatuas mágicas de la ciudad se pusieron a aullar, como la primera vez, y exclamaron:
¡Escuchad todos los presentes! He aquí que el hijo del gran rey ha entrado en el templo
de Apolo. Al oír esto, toda la población se lanzó, corriendo, hacia el sitio indicado. Y
las gentes se interrogaban las unas a las otras, diciendo: ¿Qué voz ha lanzado ese grito
que se nos ha dirigido? Y recorrieron la ciudad, y a nadie hallaron, sino sólo a Jesús. Y
le preguntaron: Niño, ¿de quién eres hijo? Jesús respondió: Soy hijo de un viejo de
cabellos blancos, pobre y extranjero en este país. ¿Qué me queréis? Y ellos lo dejaron
ir, y pasaron.
12. Los ciudadanos se interrogaban unos a otros, diciéndose: ¿Qué significa este nuevo
prodigio de que somos testigos? Oímos distintamente una voz que grita, y no
comprendemos lo que anuncia. Es de temer que nos advenga súbitamente un desastre
por donde menos sospechemos. Y, cuando aquellas gentes hubieron hablado así, toda
la ciudad quedó perpleja y llena de inquietud. Cuanto a Jesús, marchó silenciosamente
a su albergue, y cantó todo lo que había oído decir en la calle. Y María y José se
sorprendieron y asombraron vivamente.
13. Y Jesús tenía entonces tres años y cuatro meses. Y, como el año nuevo se
aproximase, celebróse un día de fiesta de Apolo. Toda la multitud se apretaba a las
puertas del templo de los ídolos con numerosos dones y presentes para ofrecer en
sacrificio a los grandes dioses animales y toda especie de cuadrúpedos. Y aderezaron
una larga mesa cubierta de enseres, para comer y beber. Y toda la multitud del pueblo
que había llegado, se mantenía a las puertas. Y los falsos sacerdotes celebraban la
fiesta, para honrar al ídolo de Apolo. Y Jesús, habiendo sobrevenido, entró
secretamente, y se sentó. Todos los sacerdotes estaban congregados y, con ellos, los
servidores del templo.
14. Y las águilas y las bestias feroces, es decir, las estatuas de estos animales, cuando
vieron a Jesús entrar en el templo de los ídolos, se pusieron de nuevo a gritar y
clamaron: ¡Mirad todos! He aquí que el hijo del gran rey ha entrado en el templo de
Apolo. Al oír estas palabras, toda la multitud que se encontraba allí, fue presa de
turbación y de cólera. Y, precipitándose los unos sobre los otros, querían acuchillarse
mutuamente. Y se preguntaban: ¿Qué haremos con ese viejo? Porque todos estos
prodigios se han producido desde que llegó a nuestra ciudad. Y el niño ¿será por acaso
un hijo de rey, que haya robado, y con el que haya huido a nuestro país? Ea,
apoderémonos de él y matémoslo.
15. Y, en tanto que ellos se entregaban a estos pensamientos homicidas, Jesús
continuaba sentado en el tempio de Apolo. Y consideraba atentamente aquella imagen
incrustada en oro y en plata, por encima de la cual estaba escrito: Éste es Apolo, el
dios creador del cielo y de la tierra, y el que ha dado vida a todo el género humano. Al
ver esto, Jesús se indignó en su alma y, levantando los ojos al cielo, dijo: Padre,
glorifica a tu hijo, para que tu hijo te glorifique. Y he aquí que una voz salió de los
cielos, que decía: Lo he glorificado, y lo glorificaré de nuevo.
16. Y, en el mismo instante en que habló Jesús, el suelo tembló, y toda la armazón del
templo se desplomó de arriba abajo. Y el ídoló de Apolo, los sacerdotes del santuario y
los pontífices de los falsos dioses, quedaron sepultados en el interior del edificio, y
perecieron. El resto de la población que se encontraba allí huyó de aquel lugar. Todos
los ídolos y todos los altares de los demonios que había en la ciudad se abatieron en
ruinas. Y todos los edificios religiosos y todas las estatuas mágicas que rodeaban la
ciudad, imágenes inanimadas de hombres, de fieras y de animales, cayeron a tierra con
gran destrozo. Entonces los demonios lanzaron un grito, y dijeron: Mirad todos, y
compadeceos de nosotros, porque un niño muy pequeño nos ha destruido, con ser lo
que somos, arruinando nuestra morada, exterminando a nuestros servidores, y
haciéndolos perecer con mala muerte. Apoderaos, pues, de él y matadlo sin piedad.
17. Al oír esta queja y esta lamentación de los demonios, y al sonido de su grito, toda
la multitud de las gentes de la ciudad se precipitó a una hacia el emplazamiento del
templo arruinado y, con grandes manifestaciones de duelo, lloraba cada cual a sus
difuntos. Y Jesús marchó en silencio a su casa y se sentó en un rincón. Y aquellas
gentes, habiendo apresado a José, lo hicieron comparecer ante el tribunal, y le
preguntaron: ¿Qué significa este desastre, que se ha anidado en nosotros, desde antes
que nos refirieses lo que habías visto y oído en tu camino? Sin embargo, has callado
esto, y nos lo has ocultado. Vamos, por tanto, a baceras perecer con mala muerte, a ti,
a tu hijo, y a la mujer que te acompaña, puesto que, por tu traición, has provocado la
pérdida de esta ciudad. Dinos dónde está tu hijo, y muéstranoslo, para que veamos al
que ha destruido a nuestros dioses, anonadado a los ministros de nuestro culto,
enterrado a nuestros sacerdotes bajo los escombros del templo, y causado tantas
muertes prematuras. Y no escaparás de nuestras manos sino después de que nos hayas
devuelto a nuestros parientes y a nuestros prójimos.
18. Y proferían muchas otras invectivas de este género contra él. Empero María cayó a
los pies de Jesús y, llorando, lo invocaba, y decía: Jesús, hijo mío, escucha a tu sierva.
No te irrites así contra nosottos, y no amotines a esta ciudad, no sea que, por odio, nos
detengan y nos hagan perecer con mala muerte. Jesús repuso: ¡Oh madre mía!, no
sabes lo que dices. Todas las tropas del ejército celestial de los espíritu angélicos
tiemblan y se estremecen de temor ante el glorioso poder de mi divinidad, que ha
concedido el don de la vida a todos los seres animados. Y él, Sadaiel mi enemigo y el
de mis criaturas, hechas a mi imagen y semejanza, osa, a mi ejemplo, tomar el nombre
de Dios y recibir el culto y las adoraciones del género humano.
19. Y María suplicó a Jesús: Hijo mío, aunque sea verdad lo que dices, te ruego que me
escuches y que, por la intercesión de tu madre y sierva, resucites a esos muertos, cuya
pérdida has producido. Y todos los que vean el milagro que hagas creerán en tu
nombre. Porque bien sabes los numerosos tormentos con que afligen a ese viejo, que
han detenido por causa tuya. Y Jesús respondió: Madre mía, no me aflijas de tal modo,
porque aún no ha venido para mí la hora de hacer eso. Pero María insistió: De nuevo te
ruego que me escuches, hijo mío. Considera nuestra angustia y nuestra situación,
puesto que, por causa tuya, emigrados y desterrados, erramos, como desconocidos por
país extranjero. Y Jesús dijo: Por consideración a tu plegaria, haré lo que me pides, a
fin de que esas gentes reconozcan que soy hijo de Dios.
20. Y, luego que hubo hablado así. Jesús se levantó, y atravesó por entre la multitud del
pueblo. Y, cuando los concurrentes vieron a aquel niño de tan tierna edad, pues sólo
tenía tres años y cuatro meses, se dijeron los unos a los otros: ¿Es éste el que ha
derribado el templo de los ídolos, y hecho pedazos la estatua de Apolo? Algunos
contestaron: este es. Y, al oír tal, todos admiraron, con estupor, la obra prodigiosa que
había cumplido. Y lo miraron fijamente, preguntándose: ¿Qué va a hacer? Y Jesús,
nuevamente indignado en su alma, avanzó por encima de los cadáveres y, tomando
polvo del suelo, lo vertió sobre ellos, y clamó a gran voz: Yo os conmino a todos,
sacerdotes, que yacéis aquí, heridos de muerte por el desastre que os ha anonadado,
que os incorporéis en seguida, y que salgáis fuera.
21. Y en el mismo momento en que pronunciaba estas palabras, tembló de pronto el
lugar en que se encontraban los difuntos. Y se levantó el polvo, haciendo remolinear
las piedras, y cerca de ciento ochenta y dos personas se levantaron de entre los muertos
y se irguieron sobre sus pies. Pero otros ministros y arciprestes de Apolo, en número
de ciento nueve no se levantaron. Y el temor y el terror se apoderaron de todo el
mundo y, poseídos de pánico, dijeron: este, y no Apolo, es el Dios del cielo y de la
tierra, que da la vida a todo el género humano. Y todos los sacerdotes resucitados de
entre los muertos fueron a prosternarse ante él, y confesaban sus faltas, y decían:
Verdaderamente, éste es el hijo de Dios y el salvador del mundo, que ha venido a
darnos la vida. Y el ruido de sus milagros se esparció por toda la región, y los que de
él oían hablar, venían de lejos, en gran número, para verlo. Y, por razón de su
cortísima edad, se asombraban más aún.
22. Después, toda la muchedumbre reunida cayó a los pies de Jesús, y le rogaron que
resucitase también de los muertos a los que habían sido servidores del templo. Mas
Jesús no quiso hacerlo. Y, llevando a José ante la multitud agrupada, imploraban, y
decían: Perdónanos las faltas que hemos cometido contigo, y ruega a tu hijo que
resucite a los muertos que estaban en el templo. Y José dijo: Hacedme gracia de esto,
porque no puedo violentarlo. Mas, si él quiere obrar espontáneamente, cúmplase la
voluntad del Señor, que tiene poder sobre toda cosa.
23. Y sobrevino un hombre de gran familia, que fue a prosternarse ante Jesús y José,
diciendo: Os suplico que vengáis a la casa de vuestro siervo y, una vez entráis bajo mi
techo, quedad allí el tiempo que os plazca. Y los llevó a su morada, y todo el pueblo de
la ciudad iba a visitar a Jesús, y los servía de sus haciendas con mucha simpatía. Y los
que estaban atormentados por espíritus inmundos, por los demonios o por sus
enfermedades, se arrodillaban ante Jesús, y él los curaba. Y hubo gran alegría en
aquella ciudad, y las gentes del país de los alrededores, al saber todo esto, glorificaban
a Dios en voz alta.
24. Y José permaneció en aquella ciudad largo tiempo, en la mansión de un príncipe,
que era de raza hebraica. Eléazar había por nombre y tenía un hijo, llamado Lázaro, y
dos hijas, llamadas Marta y María. Y acogió a José y a los suyos con gran
consideración y deferencia. Y José prolongó allí su estancia y cantó a Eléazar todos los
tratos de que le habían hecho objeto los hijos de Israel: opresiones, persecuciones,
vejaciones, y por remate, el destierro en que se veían. Y, al oír estas cosas, Eléazar se
llenó de tristeza. José le dijo: Bendito seas, por habernos recibido de buena voluntad,
habernos sustentado, y habernos hecho todo el bien posible, desde que aquí estamos.
Eléazar dijo a José: Venerable anciano, establece tu residencia en esta localidad, y no
dudes que más tarde encontrarás el reposo y el cesamiento de tu angustia.
25. Y, luego de haber hablado así, ambos se sintieron poseídos de una alegría serena y
cordial. Y el príncipe reveló a su huésped: Yo también soy de la tierra de Judea y de la
ciudad de Jerusalén. Y he sufrido muchas penas y muchas aflicciones, por obra de mis
enemigos. Me he visto expoliado y privado de todos mis bienes, y, por miedo al impío
Herodes, me he expatriado, y he venido a este lugar con mi familia y con mis
compañeros. Hace quince años que me he fijado en esta ciudad, y no he sufrido
violencia alguna de parte de sus moradores, antes al contrario, he encontrado simpatía,
benevolencia y respeto. No temas a nadie, y establece tu estada en el sitio que te
parezca mejor, hasta el momento en que el Señor te visite, y tome en cuenta tu múcha
edad. Después, volverás a la tierra de Judea, y tu alma vivirá por la esperanza en el
Señor.
26. Dichas estas palabras, guardaron silencio. Y la sagrada familia permaneció tres
meses completos en aquella población. José y Eléazar se trataban como dos hermanos,
unidos por una afección y una bondad recíprocas. Marta y María recibieron a la Virgen
y al niño en su casa, con una caridad perfecta, como si no hubiesen tenido más que un
corazón y un alma. Marta cuidaba especialmente de su hermano Lázaro, y María, que
era de la misma edad que Jesús, acariciaba a éste, como si fuese su propio hermano.
27. Y Jesús, viendo todo lo que había sucedido, se indignó en su espíritu, y dijo a su
madre: Mi espíritu está turbado por lo que he hecho en esta ciudad. Porque yo no
quería manifestarme, para que nadie me conociese, y he aquí que escuché tus súplicas,
y cumplí tu voluntad. Y la Virgen repuso: ¿Por qué me diriges ese reproche, hijo mío?
En verdad, has ocasionado la ruina de los ídolos, y nos has librado a todos de la
perdición y de la muerte, y esto es lo que yo te había rogado. En adelante, sea tu
voluntad la que se cumpla, en cuanto dispongas o resuelvas hacer.
28. Y, a la noche siguiente, el ángel del Señor dijo a José, en una visión: Levántate, y
toma a Jesús y a su madre, y vete a tierra de Israel, porque muertos son los que
procuraban la muerte del niño. Y José, despertándose de su sueño, contó a María
aquella visión, y ambos se regocijaron en gran manera. Pero, pocos días más tarde,
oyendo que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, temió ir allá. Y,
levantándose de noche, tomó a Jesús y a su madre, partió en dirección al sur, hacia el
pie del monte Sinaí, por el desierto de Horeb, cerca del territorio donde, en otro tiempo
el pueblo de Israel se había establecido y había morado.